“Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, que moras entre los querubines, sólo tú eres Dios de todos los reinos de la tierra; tú hiciste los cielos y la tierra” (Isa. 37:16).
EL RESTO DE LA HISTORIA (ISA. 37:21–38)
De acuerdo con Senaquerib, según informó en sus anales, tomó 46 ciudades fortificadas, asedió Jerusalén e hizo de Ezequías, el judío, “un prisionero en Jerusalén, su residencia real, como un pájaro en una jaula” (James B. Pritchard, ed., Ancient Near Eastern Texts Relating to the Old Testament, p. 288). Pero, a pesar de su inclinación por la propaganda como una extensión de su monumental ego, ni en el texto ni en las imágenes afirma haber tomado Jerusalén. Desde el punto de vista humano, esta omisión es asombrosa, dado el inexorable poder de Senaquerib y el hecho de que Ezequías lideró una revuelta contra él. Los que se rebelaban contra Asiria tenían una corta esperanza de vida y muertes horribles.
Los eruditos reconocen que, incluso si no tuviéramos el registro bíblico, nos veríamos obligados a admitir que ocurrió un milagro. El hecho de que Senaquerib cubriera los muros de su “Palacio sin rival” con relieves (imágenes talladas) que representan vívidamente su exitoso asedio a Laquis parece deberse a su necesidad de una estrategia para salvar las apariencias. ¡Si no fuera por la gracia de Dios, estas imágenes habrían mostrado a Jerusalén!
¿Cuál es el resto de la historia? Isaías 37:21–37.
En respuesta a la oración de fe indivisa de Ezequías, Dios envió a Judá un mensaje de total seguridad cargado de furia contra el orgulloso rey asirio que se atrevió a abofetear en la cara al divino Rey de reyes (Isa. 37:23). A continuación Dios cumplió rápidamente su promesa de defender a Jerusalén (2 Rey. 19:35–37; 2 Crón. 32:21, 22; Isa. 37:36–38).
Una gran crisis requiere un gran milagro; y este sí que fue grande. El número de muertos fue elevado: 185 mil. Así que, Senaquerib no tuvo más remedio que volverse a su casa, donde encontró la muerte (comparar con Isa. 37:7–38).
“El Dios de los hebreos había prevalecido contra el orgulloso asirio. El honor de Jehová había quedado vindicado a ojos de las naciones circundantes. En Jerusalén, el corazón del pueblo se llenó de santo gozo” (PR 267). Además, si Senaquerib hubiera conquistado Jerusalén, habría deportado a la población, de tal manera que Judá habría perdido su identidad, al igual que Israel, el Reino del Norte. Desde esta perspectiva, no habría habido ningún pueblo judío en el que pudiera nacer el Mesías. La historia de este pueblo habría terminado allí mismo. Pero Dios mantuvo viva la esperanza.
¿Qué le dirías a alguien que, aunque no crea en la Biblia ni en el Dios de la Biblia, hace esta pregunta: ¿Era justo que estos soldados asirios, que les tocó nacer allí, murieran en masa de esta manera? ¿Cómo entiendes personalmente las acciones del Señor aquí?