“Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sion; levanta fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalén; levántala, no temas; di a las ciudades de Judá: ¡Ved aquí al Dios vuestro!” (Isa. 40:9).
“CONSOLAOS, PUEBLO MÍO”
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Isaías 40:1, 2; 40:3–8; 40:9–11; 40:12–31.
La Segunda Guerra Mundial terminó en 1945, mientras un soldado japonés llamado Shoichi Yokoi se escondía en la jungla de la isla de Guam. Los folletos lanzados desde los aviones estadounidenses proclamaban la paz, pero Yokoi pensó que era un truco. Al ser un soldado leal y patriótico del emperador, había prometido no rendirse nunca. Como no tenía contacto con la civilización, vivía de lo que podía encontrar en la jungla, y pasaba miseria y dificultades.
En 1972, 27 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, unos cazadores se encontraron con Yokoi mientras estaba pescando, y recién allí se enteró de que el mensaje de paz había sido cierto. Mientras que el resto de su pueblo disfrutó de la paz durante décadas, Yokoi soportó décadas de privación y estrés (R. Gane, Altar Call, p. 304, adaptado).
Muchos siglos antes, a través del profeta Isaías, Dios anunció que el tiempo de ansiedad y sufrimiento de su pueblo realmente había terminado: “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados” (Isa. 40:1, 2).