“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza [...]. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gén. 1:26, 27).
FIN DE LA RELACIÓN
Tendemos a creer en las personas que conocemos y desconfiamos instintivamente de las que no conocemos. Eva, naturalmente, habría desconfiado de Satanás. Además, cualquier ataque directo contra Dios la habría puesto a la defensiva. Por lo tanto, ¿qué medidas tomó Satanás para sortear las defensas naturales de Eva? (Gén. 3:1-6).
“Deplorable como fue la transgresión de Eva y cargada como estuvo de calamidades futuras para la familia humana, su decisión no abarcó necesariamente a la humanidad en el castigo de su transgresión. Fue la elección deliberada de Adán, en la plena comprensión de la orden expresa de Dios –más bien que la elección de ella–, lo que hizo que el pecado y la muerte fueran el destino inevitable de la humanidad. Eva fue engañada; Adán no lo fue” (CBA 1:243).
Como resultado de esta flagrante transgresión y desprecio del mandato de Dios, la relación entre Dios y la humanidad ahora se quiebra. Pasó de una comunión abierta con Dios a huir con temor de su presencia (Gén. 3:8-10). La alienación y la separación reemplazaron el compañerismo y la comunión. Apareció el pecado y todos sus horribles resultados. A menos que se hiciera algo, la humanidad se encaminaría a la ruina eterna.
En medio de esta tragedia, ¿qué palabras de esperanza y promesa pronunció Dios? (Ver Gén. 3:15.)
El sorprendente mensaje profético de esperanza por parte de Dios habla de una hostilidad divinamente ordenada entre la serpiente y la mujer y sus respectivas descendencias. Esto culmina con la aparición victoriosa de un descendiente representativo de la simiente de la mujer que le da un golpe mortal a la cabeza de Satanás, mientras que este solo podría herir el talón del Mesías.
En medio de su total impotencia, Adán y Eva reciben esperanza de esta promesa mesiánica, esperanza que transformaría su existencia, porque Dios proveyó y respaldó esta esperanza. Esta promesa del Mesías y de la victoria final, aunque vagamente expresada en ese momento, disipó la oscuridad en la que el pecado los había situado.
Lee Génesis 3:9, donde Dios dice a Adán y a Eva: “¿Dónde estás?” (NVI). Dios, por supuesto, sabía dónde estaban. Sus palabras, en lugar de estar cargadas de condenación, iban a atraer hacia él a la humanidad abrumada por la culpa. En resumen, las primeras palabras de Dios a la humanidad caída llegaron con la esperanza de su gracia y su misericordia. ¿Cómo notamos, incluso en la actualidad, que Dios trata de llamarnos a su misericordia y su gracia?