“He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá” (Jer. 31:31).
EL SACERDOTE DEL NUEVO PACTO
El libro de Hebreos pone un gran énfasis en Jesús como nuestro Sumo Sacerdote en el Santuario celestial. De hecho, la exposición más clara del Nuevo Pacto en el Nuevo Testamento se encuentra en el libro de Hebreos, con su énfasis en Cristo como Sumo Sacerdote. No es casualidad: el ministerio celestial de Cristo está íntimamente ligado a las promesas del Nuevo Pacto.
El servicio del Santuario del Antiguo Testamento era el medio por el que se enseñaban las verdades del Antiguo Pacto. Se centraba en el sacrificio y la mediación. Se sacrificaban animales y los sacerdotes mediaban con su sangre. Por supuesto, todos estos eran símbolos de la salvación que encontramos solo en Jesús; no se hallaba en ellos la salvación.
Lee Hebreos 10:4. ¿Por qué no hay salvación en la muerte de estos animales? ¿Por qué la muerte de un animal no es suficiente para salvar?
Todos estos sacrificios, y la mediación sacerdotal que los acompañaba, tuvieron su cumplimiento en Cristo. Jesús se convirtió en el Sacrificio que es la base de la sangre del Nuevo Pacto. La sangre de Cristo ratificó el Nuevo Pacto, haciendo que el pacto del Sinaí y sus sacrificios sean “antiguos” o inválidos. El verdadero sacrificio fue hecho de una vez para siempre (Heb. 9:26). Una vez que Cristo murió, no hubo más necesidad de matar y ofrecer ningún animal. Los servicios del Santuario terrenal habían completado su función.
Lee Mateo 27:51, que cuenta cómo se rasgó el velo del Santuario terrenal cuando Jesús murió. ¿Cómo nos ayuda ese hecho a entender por qué el Santuario terrenal había quedado sin efecto?
El ministerio sacerdotal –esos levitas que ofrecían y mediaban los sacrificios en el Santuario terrenal en favor del pueblo– estaba vinculado a estos sacrificios de animales, por supuesto. Una vez que terminaron los sacrificios, también terminó la necesidad de su ministerio. Todo se había cumplido ya en Jesús, quien ahora administra su propia sangre en el Santuario celestial (ver Heb. 8:1-5). Hebreos enfatiza a Cristo como Sumo Sacerdote celestial, quien entró en el Santuario verdadero al derramar su propia sangre (9:12), para mediar en nuestro favor. Este es el fundamento de la esperanza y la promesa que tenemos en el Nuevo Pacto.
¿Cómo te sientes al saber que, incluso hoy, Jesús está en el cielo ministrando en tu favor con su sangre? ¿Cuánta confianza y seguridad te da eso con respecto a la salvación?