“He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá” (Jer. 31:31).
EL PACTO ANTIGUO Y EL NUEVO PACTO
“Y a los hijos de los extranjeros que sigan a Jehová para servirle, y que amen el nombre de Jehová para ser sus siervos; a todos los que guarden el día de reposo para no profanarlo, y abracen mi pacto, yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptos sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” (Isa. 56:6, 7).
Jeremías declara que el Nuevo Pacto se hará con “la casa de Israel” (Jer. 31:33). ¿Significa esto, entonces, que solo la simiente literal de Abraham, los judíos de sangre y nacimiento, recibirían las promesas del Pacto?
¡No! De hecho, eso ni siquiera se aplicaba en los tiempos del Antiguo Testamento. Por supuesto que es cierto que a la nación hebrea, en su conjunto, se le entregaron las promesas del Pacto. Sin embargo, nadie quedaba excluido; al contrario, todos, judíos o gentiles, recibían la invitación a participar de las promesas, pero tenían que estar de acuerdo para entrar en ese pacto. Por cierto, hoy no es diferente.
Lee los versículos anteriores de Isaías. ¿Qué condiciones imponen a quienes quieren servir al Señor? ¿Existe realmente alguna diferencia entre lo que Dios les pedía a ellos y lo que nos pide a nosotros hoy? Explica tu respuesta.
Aunque del Nuevo Pacto se dice que es “mejor” (ver el estudio del miércoles), realmente no hay diferencia en los elementos básicos que componen tanto el Antiguo Pacto como el Nuevo Pacto. Es el mismo Dios, que ofrece la salvación de la misma manera, por gracia (Éxo. 34:6; Rom. 3:24); es el mismo Dios, que busca a un pueblo que por fe reclamará sus promesas de perdón (Jer. 31:34, Heb. 8:12); es el mismo Dios, que busca escribir la Ley en el corazón de quienes lo seguirán en una relación de fe (Jer. 31:33; Heb. 8:10), sean judíos o gentiles.
En el Nuevo Testamento, los judíos, al responder a la elección de la gracia, recibieron a Jesucristo y su evangelio. Por un tiempo fueron el corazón de la iglesia, el “remanente escogido por gracia” (Rom. 11:5), en contraste con aquellos que fueron “endurecidos” (11:7). Al mismo tiempo, los gentiles, que antes no creían, aceptaron el evangelio y fueron injertados en el verdadero pueblo de Dios, conformado por creyentes, sin importar a qué pueblo o raza pertenecieran (11:13-24). Así que, los gentiles, “en aquel tiempo [...] sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa” (Efe. 2:12), fueron atraídos por la sangre de Cristo. Cristo es mediador del “nuevo pacto” (Heb. 9:15) para todos los creyentes, independientemente de su nacionalidad o raza.