“Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?” (Sal. 27:1).
DEMASIADO CANSADO PARA CORRER
Elías está demasiado cansado para seguir corriendo. Y entonces vuelve a orar. Esta oración es muy diferente de la oración llena de fe que Dios respondió en el Monte Carmelo (1 Rey. 18:36, 37). Esta es una oración de desesperación, simple y corta.
En 1 Reyes 19:4, Elías declara que no es mejor que sus padres. ¿De qué estaba hablando?
Cuando Elías finalmente se tranquiliza, la culpa se apodera de él. Se da cuenta de que su rápida huida se ha robado lo que podría haber sido una gran oportunidad para la reforma de Israel. Comprende que ha decepcionado a quienes lo necesitaban. Y no puede hacer nada al respecto. Por ende, en un doloroso momento de autorreflexión, conociendo muy bien la historia de su pueblo, se ve a sí mismo como lo que realmente es.
Eso puede ser una revelación dolorosa para cualquiera, ¿verdad? Es decir, vernos como somos realmente. Cuán agradecidos debemos estar por la promesa de que, por más pecaminosa que haya sido nuestra vida, en Cristo, Dios nos verá como ve a Jesús. ¿Qué mayor esperanza podemos tener que, mediante la fe, podamos reclamar la justicia de Cristo? (Ver Fil. 3:9.)
No obstante, la depresión tiene una manera de arrastrarnos a un oscuro torbellino de autoaversión. Y a veces empezamos a pensar que la muerte es la única salida.
Este parece ser el caso de Elías. Es demasiado para él. Dice: “Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres” (1 Rey. 19:4).
Lo bueno es que el gran Médico no condena a Elías. Dios comprende mejor que nosotros a qué nos enfrentamos mientras luchamos contra la depresión.
“Quizá no tengamos en el momento ninguna evidencia notable de que el rostro de nuestro Redentor se inclina hacia nosotros con compasión y amor; pero esto es así a pesar de todo. Quizá no sintamos su toque visible, pero su mano está sobre nosotros con amor y ternura compasiva” (CC 83).
Dios sabe y entiende que “largo camino [nos] resta” (1 Rey. 19:7), pero a veces tiene que esperar hasta que dejemos de correr. Recién entonces puede intervenir.
A veces, aquellos que se están ahogando se confunden tanto que luchan contra un socorrista. El socorrista entonces tiene que retroceder y esperar para realizar el rescate hasta que la víctima realmente quede inconsciente.
¿Qué esperanza y consuelo puedes encontrar en los siguientes textos: Salmo 34:18; Mateo 5:1-3; Salmo 73:26; Isaías 53:4-6?