“Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?” (Sal. 27:1).
HUIR
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la enfermedad más común en todo el mundo, que afecta a más de trescientos millones de personas cada año, no siempre presenta síntomas visibles. La depresión es la principal causa de discapacidad en todo el mundo y es uno de los principales contribuyentes a la carga mundial de morbilidad.
Lamentablemente, no se habla de depresión con frecuencia en el cristianismo, por considerarla una señal de falta de fe. Después de todo, ¿no se supone que los cristianos siempre deben estar llenos de gozo y felicidad, y cosas por el estilo? Entonces, la depresión, ¿no es una señal de que algo anda mal en nuestra relación con Dios?
La mayoría sabe que esto no es cierto. Incluso los cristianos, los cristianos fieles, a veces pueden luchar contra la depresión, especialmente después de un hecho traumático, y esto no es una señal de falta de fe ni de confianza en Dios. Una vez más, uno puede leer los Salmos y ver el dolor, el sufrimiento y la angustia que sufrió el pueblo fiel de Dios.
A veces, la depresión se apodera de nosotros en forma lenta y silenciosa, y la reconocemos solo cuando se afianza y ejerce control. A veces ataca rápidamente, después de un acontecimiento físico o emocional especialmente agotador. Por ejemplo, el fiel profeta de Dios, Elías, estaba completamente agotado, emocional y físicamente, después del evento del Monte Carmelo.
En 1 Reyes 18, Elías acaba de ver el milagro del fuego de Dios que descendió del cielo. En respuesta a su oración, vio caer lluvia y poner fin a una sequía de tres años. ¿Por qué Elías sale huyendo en reacción a la amenaza de Jezabel? Lee 1 Reyes 19:1 al 5.
Elías ha tenido 24 horas muy agotadoras. Esta experiencia, junto con un brusco despertar y una amenaza de muerte, sirve como desencadenante de depresión para Elías.
Así que, Elías comienza a correr en un intento por escapar. A veces nosotros corremos al refrigerador y tratamos de recuperar la felicidad comiendo. A veces intentamos sosegar nuestro agotamiento emocional. A veces buscamos una nueva relación, trabajo o lugar en nuestro afán por escapar. Y a veces nos sumergimos en más trabajo, más fechas de entrega y reuniones, mientras nos concentramos en huir de algo sin nombre que agota nuestra alegría y nuestro descanso. Y, por supuesto, muchos utilizan “medicamentos” de algún que otro tipo en un intento de aliviar el dolor. Sin embargo, al final, estas cosas solo disfrazan los síntomas; no resuelven el problema y, a menudo, solo lo empeoran.