“Y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Cor. 10:3, 4).
LA LECCIÓN DE HISTORIA DE MOISÉS
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Deuteronomio 1–3; Éxodo 32:29–32; Números 14; Efesios 3:10; Génesis 15:1–16; Juan 14:9.
“Estas son las palabras que habló Moisés” (Deut. 1:1). Así comienza el libro de Deuteronomio. Y, aunque Moisés y la presencia de Moisés dominan el libro, desde estas palabras iniciales hasta su muerte en la tierra de Moab (Deut. 34:5), Deuteronomio (como toda la Biblia) en realidad tiene que ver con el Señor Jesús. Porque él es quien nos creó (Gén. 1; 2; Juan 1:1-3), nos sostiene (Col. 1:15-17; Heb. 1:3) y nos redime (Isa. 41:14; Tito 2:14). Y, en un sentido más amplio de esas palabras, Deuteronomio revela cómo el Señor siguió creando, sosteniendo y redimiendo a su pueblo en este momento crucial en la historia de la salvación.
Básicamente, justo cuando los hijos de Israel están por entrar en Canaán, Moisés les da una lección de historia, un tema que se repite en toda la Biblia: recuerden lo que el Señor ha hecho por ustedes en el pasado. “No tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos ha enseñado en nuestra historia pasada” (NB 193).