“Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti” (Gén. 17:7).
EL PACTO E ISRAEL
“No por tu justicia, ni por la rectitud de tu corazón entras a poseer la tierra de ellos, sino por la impiedad de estas naciones Jehová tu Dios las arroja de delante de ti, y para confirmar la palabra que Jehová juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob” (Deut. 9:5; ver además Deut. 9:27). ¿Cómo se manifiesta la realidad de las promesas del Pacto en este versículo?
Aquí también se manifiesta el Pacto de la gracia: Dios trabajó por ellos, a pesar de sus constantes errores. (Con seguridad, así es como funciona el evangelio en la actualidad.) Y fue por la promesa hecha a los padres que la gracia de Dios se concedió a las generaciones futuras.
En el trato de Moisés con el pueblo al que se le dieron las promesas del Pacto en su conjunto, a menudo él se refirió a las promesas del Pacto hechas a los patriarcas.
Lee Éxodo 2:24; 6:8; y Levítico 26:42. ¿Qué se dice aquí que ayuda a mostrar cómo funcionan las promesas del Pacto?
El Éxodo de Egipto, el gran símbolo de la gracia salvífica de Dios, también se basó en el pacto que el Señor había hecho con sus padres. Es decir, incluso antes de que nacieran los beneficiarios del Pacto, las promesas se hicieron en su favor. Por ende, sin ningún mérito propio, recibieron la liberación prometida que Dios obró en favor de ellos a través de los milagros y las maravillas del Éxodo.
Por supuesto, las cosas no terminaron allí. Fueron desde Egipto hasta el Sinaí, donde el pacto se estableció “oficialmente” (ver Éxo. 20). Y, en el centro de ese Pacto encontramos el evangelio y la Ley, los Diez Mandamientos, a los que fueron exhortados a obedecer: una manifestación de su relación salvífica con el Señor, quien ya los había redimido (el evangelio). Por lo tanto, una y otra vez en Deuteronomio, se los instó a obedecer esa Ley como parte del Pacto, que había sido ratificado en el Sinaí.
¿Qué papel debe desempeñar la Ley de Dios en nuestra vida hoy –aquellos que hemos sido salvos por gracia–, y por qué esa Ley es primordial para nuestra experiencia con Dios?