“Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deut. 6:5).

ÉL NOS AMÓ PRIMERO

martes 19 de octubre, 2021

Incluso en medio de los estatutos y las ordenanzas de Deuteronomio y todas las amonestaciones que advierten a la nación judía que el pueblo debe obedecer “sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos”, ellos debían amar a Dios ante todo y con todo su corazón, alma y fuerzas. Por supuesto, tenían buenas razones para hacerlo.

Lee Deuteronomio 4:37; 7:7, 8 y 13; 10:15; 23:5; y 33:3. ¿Qué enseñan estos versículos sobre el amor de Dios por su pueblo?

Una y otra vez en Deuteronomio, Moisés le contó al pueblo del amor de Dios por sus padres y por ellos. Pero, más que con palabras, el Señor reveló este amor con sus acciones. Es decir que, a pesar de sus defectos, sus fracasos, sus pecados, el amor de Dios por ellos se mantenía firme; un amor que se manifestó poderosamente en su trato con ellos.

“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). ¿Cómo nos ayuda este versículo a entender por qué debemos amar a Dios?

El amor de Dios por nosotros es anterior a nuestra existencia, en el sentido de que el plan de salvación estaba en marcha mucho antes de “la fundación del mundo” (Efe. 1:4).

Como dijo Elena de White: “El plan de nuestra redención no fue una reflexión ulterior, un plan formulado después de la caída de Adán. Fue una ‘revelación del misterio que por tiempos eternos fue guardado en silencio’. Fue una manifestación de los principios que desde las edades eternas habían sido el fundamento del Trono de Dios” (DTG 13).

Cuán dichosos somos todos porque Dios es, efectivamente, un Dios de amor, un amor tan grande que lo hizo ir a la Cruz por nosotros, un amor abnegado por el que “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:8). En consecuencia, hoy tenemos una revelación del amor de Dios por nosotros que los hijos de Israel probablemente ni siquiera podrían haber imaginado.

En lugar de ser amor, ¿y si Dios fuera odio, o si fuera indiferente? ¿Qué tipo de mundo sería este? ¿Por qué la revelación del amor de Dios por nosotros es algo en lo que verdaderamente deberíamos regocijarnos?