“Acuérdate, no olvides que has provocado la ira de Jehová tu Dios en el desierto; desde el día que saliste de la tierra de Egipto, hasta que entrasteis en este lugar, habéis sido rebeldes a Jehová” (Deut. 9:7).
ACUÉRDATE DE QUE FUISTE SIERVO
Lee Deuteronomio 5:15; 6:12; 15:15; 16:3 y 12; y 24:18 y 22. ¿Qué quería específicamente el Señor que nunca olvidaran, y por qué?
Como hemos visto, en todo el Antiguo Testamento, el Señor constantemente les recordaba el Éxodo, su liberación milagrosa de Egipto por parte de Dios. Hasta el día de hoy, miles de años después, los judíos practicantes guardan la celebración de la Pascua, un monumento conmemorativo de lo que el Señor ha hecho por ellos. “Y cuando entréis en la tierra que Jehová os dará, como prometió, guardaréis este rito. Y cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué es este rito vuestro?, vosotros responderéis: Es la víctima de la pascua de Jehová, el cual pasó por encima de las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios, y libró nuestras casas. Entonces el pueblo se inclinó y adoró” (Éxo. 12:25–27).
Para la iglesia de hoy, la Pascua es un símbolo de la liberación que se nos ha ofrecido en Cristo: “Porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Cor. 5:7).
Lee Efesios 2:8 al 13. ¿Qué se les pide a estos creyentes gentiles que recuerden? ¿Qué paralelismo encuentras con lo que se les dijo a los hebreos en Deuteronomio que recordaran también?
Pablo quería que estas personas recordaran lo que Dios había hecho por ellas en Cristo, de qué las había salvado y lo que ahora tenían por la gracia de Dios. Al igual que con los hijos de Israel, no había nada en ellas que mereciera la aprobación de Dios. Era solo la gracia de Dios, que les fue dada, a pesar de que eran “ajenos a los pactos de la promesa”, lo que los llevó a ser quienes eran en Cristo Jesús.
Seamos israelitas en el desierto, cristianos en Éfeso o adventistas del séptimo día en cualquier parte del mundo, es fundamental que recordemos siempre, y que no olvidemos, lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo. No es de extrañar, entonces, que nos lleguen estas palabras: “Sería bueno que cada día dedicásemos una hora de reflexión en la contemplación de la vida de Cristo. Deberíamos tomarla punto por punto, y dejar que la imaginación se posesione de cada escena, especialmente de las finales. Mientras nos espaciemos así en su gran sacrificio por nosotros, nuestra confianza en él será más constante, se reavivará nuestro amor, y seremos más profundamente imbuidos de su Espíritu” (DTG 63).