“Acuérdate, no olvides que has provocado la ira de Jehová tu Dios en el desierto; desde el día que saliste de la tierra de Egipto, hasta que entrasteis en este lugar, habéis sido rebeldes a Jehová” (Deut. 9:7).
“COMERÁS Y TE SACIARÁS”
Un dirigente de la iglesia, que trabajó en la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día durante 34 años, contó que muchos años antes él y su esposa, después de haber aterrizado en un aeropuerto, habían perdido una maleta. “Allí mismo”, dijo, “ junto a la cinta transportadora de equipaje y en público, nos arrodillamos y oramos, pidiendo al Señor que nos devolviera nuestro equipaje perdido”. Muchos años después, sucedió lo mismo: llegaron al aeropuerto; pero una maleta, no. Contó lo que pasó a continuación. “No te preocupes”, le dijo a su esposa, “el seguro lo cubrirá”.
Con esta historia en mente, lee Deuteronomio 8:7 al 18. ¿Qué advertencia le está dando el Señor a su pueblo aquí, y qué debería significar para nosotros hoy también?
Considera lo que les aportaría su fidelidad al Señor. No solo poseerían una tierra maravillosa y rica, una “tierra en la cual no comerás el pan con escasez, ni te faltará nada en ella” (Deut. 8:9), sino también serían sumamente bendecidos en esa tierra: ovejas, vacas, oro, plata y casas hermosas. Es decir, se les darían todas las comodidades materiales que les brinda esta vida.
Pero, entonces, ¿qué? Se enfrentarían al peligro que siempre acompaña a la riqueza y la prosperidad material, el de olvidar que solo el Señor es quien “te da el poder para hacer las riquezas” (Deut. 8:18).
Quizá no al principio, pero a medida que pasen los años y tengan todas las comodidades materiales que necesitan, olvidarán su pasado, olvidarán cómo el Señor los condujo a través de “aquel grande y terrible desierto” (Deut. 1:19), y de hecho pensarán que fue su inteligencia y su talento lo que les permitió tener tanto éxito.
Esto es precisamente lo que el Señor les estaba advirtiendo que no hicieran (y lamentablemente, en especial cuando uno lee a los profetas posteriores, esto es exactamente lo que les sucedió). Por lo tanto, en medio de esta prosperidad, Moisés les dice que recuerden que fue solo el Señor quien hizo esto por ellos y que no se dejen engañar por las bendiciones materiales que él les había dado. Siglos más tarde, el mismo Jesús advirtió, en la parábola del sembrador, acerca del “engaño de las riquezas” (Mar. 4:19).
No importa cuánto dinero ni posesiones materiales tengamos aquí, todos somos de carne y hueso, y nos espera un hoyo en el suelo. ¿Qué debería decirnos esto acerca de los peligros provenientes de la riqueza, en el sentido de que la riqueza puede hacernos olvidar nuestra necesidad del Único que puede librarnos de ese hoyo en el suelo?