“Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (Heb. 8:1).
JESÚS ES MEDIADOR DE UN MEJOR PACTO
Hebreos 8 al 10 se centra en la obra de Jesús como Mediador de un Nuevo Pacto. El problema con el Antiguo Pacto es que era solo un presagio de las cosas buenas que vendrían. Sus instituciones fueron diseñadas para prefigurar, ilustrar, la obra que el Mesías Jesús habría de hacer en el futuro. Así, los sacerdotes prefiguraban a Jesús, pero eran mortales y pecadores. No podían ofrecer la perfección que Jesús ofrecería. Y ministraban en un santuario que era una “figura y sombra” del Santuario celestial (Heb. 8:5).
Jesús ministra en el verdadero Santuario y nos brinda acceso a Dios. Los sacrificios de animales prefiguraban la muerte de Jesús como un sacrificio en nuestro favor, pero esa sangre no podía limpiar la conciencia. Sin embargo, la muerte de Jesús purifica nuestra conciencia para que podamos acercarnos a Dios con denuedo (Heb. 10:19-22).
Lee Hebreos 8:8 al 12. ¿Qué nos prometió Dios en el Nuevo Pacto?
Al designar a Jesús como nuestro Sumo Sacerdote, el Padre estableció un Nuevo Pacto que logrará lo que el Antiguo Pacto solo podía anticipar. El Nuevo Pacto ofrece lo que solo un sacerdote perfecto, eterno, divino-humano puede ofrecer. Este Sumo Sacerdote no solo explica la Ley de Dios, sino además la implanta en nuestro corazón. Este Sacerdote ofrece un sacrificio que brinda perdón. Este Sacerdote nos limpia y nos transforma. Él transforma nuestro corazón de piedra en uno de carne (Eze. 36:26). Él realmente nos crea de nuevo (2 Cor. 5:17). Este Sacerdote nos bendice de la manera más increíble, al brindarnos acceso a la presencia del mismísimo Padre.
Dios planeó que el Antiguo Pacto apuntara hacia el futuro, hacia la obra de Jesús. Era hermoso en su diseño y su propósito. Sin embargo, algunos malinterpretaron su propósito. Reacios a dejar los símbolos, las sombras, y abrazar las verdades a las que apuntaban los símbolos, se perdieron los maravillosos beneficios que les ofrecía el ministerio de Jesús.
“Cristo era el fundamento y la vida del Templo. Sus servicios eran típicos del sacrificio del Hijo de Dios. El sacerdocio había sido establecido para representar el carácter y la obra mediadora de Cristo. Todo el plan de adoración sacrificial era una prefiguración de la muerte del Salvador para redimir al mundo. No habría eficacia en esas ofrendas cuando el gran evento al cual señalaran durante siglos fuese consumado” (DTG 137).