“Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Heb. 6:19, 20, NVI).
JESÚS, EL ANCLA DEL ALMA
Pablo culmina su advertencia acerca de la apostasía y su exhortación al amor y la fe con una hermosa y elevada presentación de seguridad en Cristo.
Lee Hebreos 6:17 al 20. ¿Cómo nos garantizó Dios sus promesas?
Dios nos garantizó sus promesas de varias maneras. En primer lugar, Dios garantizó su promesa con un juramento (Heb. 6:17). Según las Escrituras, los juramentos de Dios a Abraham y David se convirtieron en la base fundamental de la confianza en el favor permanente de Dios hacia Israel. Cuando Moisés procuró conseguir el perdón de Dios para Israel después de la apostasía con el becerro de oro, se refirió al juramento de Dios hecho a Abraham (ver Éxo. 32:11-14; Gén. 22:16-18). La fortaleza implícita de su súplica era que el juramento de Dios era irrevocable (Rom. 9:4; Rom. 11:28, 29).
De igual modo, cuando el salmista intercedió ante Dios por Israel, reclamó el juramento que Dios le hizo a David. Dios había dicho: “No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis labios. Una vez he jurado por mi santidad, y no mentiré a David. Su descendencia será para siempre, y su trono como el sol delante de mí. Como la luna será firme para siempre, y como un testigo fiel en el cielo” (Sal. 89:34-37). Según el Nuevo Testamento, ambos juramentos se cumplieron en Jesús, la simiente de Abraham, quien ascendió y se sentó en el trono de David (Gál. 3:13-16; Luc. 1:31-33, 54, 55).
En segundo lugar, Dios nos ha garantizado sus promesas mediante el acto de sentar a Jesús a su diestra. La ascensión de Jesús tiene el propósito de corroborar la promesa hecha a los creyentes porque Jesús ascendió como un “precursor [...] por nosotros” (Heb. 6:20, NVI). Así, la ascensión nos revela la certeza de la salvación de Dios para nosotros. Dios llevó a Jesús a la gloria a través del sufrimiento de “la muerte por todos”, para que pudiera “llevar muchos hijos a la gloria” (Heb. 2:9, 10). La presencia de Jesús ante el Padre es el “ancla del alma” (Heb. 6:19), que se ha sujetado al Trono de Dios. El honor del gobierno de Dios está supeditado al cumplimiento de la promesa que nos hizo a través de Jesús. ¿Qué más seguridad necesitamos?
¿Qué sientes cuando piensas que Dios te ha hecho un juramento? ¿Por qué ese solo pensamiento debería darte la seguridad de la salvación, aunque te sientas indigno?