“Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Heb. 6:19, 20, NVI).
JESÚS, EL ANCLA DEL ALMA
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Hebreos 6:4-6; Mateo 16:24; Romanos 6:6; Hebreos 10:26–29; 6:9–13; 6:17–20.
Hebreos 5:11 a 6:20 interrumpe la exposición teológica sobre el sacerdocio de Jesús en nuestro favor. Pablo inserta allí una dura advertencia sobre el peligro de apartarse de Cristo. Aparentemente, el pueblo corría un grave peligro de descender por la pendiente resbaladiza de la autocompasión y la falta de fe. Al apóstol Pablo le preocupa que sus lectores y oyentes hayan perdido el sentido espiritual debido a las situaciones difíciles que afrontaban y, por lo tanto, que hayan dejado de crecer en su comprensión y experiencia del evangelio.
¿No es este un peligro potencial para todos nosotros: desanimarnos a causa de las pruebas y apartarnos?
Sin embargo, la dura advertencia culmina con un afectuoso aliciente. Pablo expresa fe en sus lectores y exalta a Jesús como la personificación de la promesa inquebrantable de salvación de parte de Dios (Heb. 6:9-20). Este ciclo de advertencia y ánimo se repite en Hebreos 10, versículos 26 al 39. Estudiaremos este ciclo y nos enfocaremos en las enérgicas palabras de aliento que Jesús nos brinda.