“Era Abraham ya viejo, y bien avanzado en años; y Jehová había bendecido a Abraham en todo” (Gén. 24:1).
EL MONTE MORIAH
Lee Génesis 22:1 al 12; y Hebreos 11:17. ¿Cuál era el significado de esta prueba? ¿Qué lecciones espirituales surgen de este asombroso acontecimiento?
Génesis 22 se ha convertido en un clásico de la literatura mundial y ha inspirado a filósofos y artistas, no solo a teólogos. Sin embargo, el significado de la prueba de Dios es difícil de comprender. Este mandato divino contradecía la prohibición bíblica posterior en contra de los sacrificios humanos (Lev. 18:21), y seguramente parecía obrar en contra de la promesa de Dios de un pacto eterno por medio de Isaac (Gén. 15:5).
Entonces, ¿cuál era el propósito de que Dios lo llamara a hacer esto? ¿Por qué ponerlo a prueba de una manera tan poderosa?
La noción bíblica de “prueba” (en hebreo, nisá) incluye dos ideas opuestas. Se refiere a la idea de juicio, es decir, un juicio para saber qué hay en el corazón del probado (Deut. 8:2; comparar con Gén. 22:12). Pero también trae la seguridad de la gracia de Dios en favor de los probados (Éxo. 20:18-20).
En este caso, la fe que Abraham tiene en Dios lo lleva al punto de correr el riesgo de perder su “futuro” (su posteridad). Y, sin embargo, debido a que confía en Dios, hará lo que Dios le pida, por más difícil que sea de entender. Al fin y al cabo, ¿qué es la fe, sino confiar en lo que no vemos o no entendemos por completo?
Además, la fe bíblica no se trata tanto de nuestra capacidad de dar a Dios y de sacrificarnos por él (aunque eso tiene su función, sin duda [Rom. 12:1]), sino de nuestra capacidad de confiar en él y recibir su gracia mientras comprendemos cuán indignos somos.
Esta verdad se confirmó en lo que sucedió a continuación. Todas las obras de Abraham, sus tantas actividades diligentes, la dolorosa experiencia con su hijo, incluso su disposición a obedecer y ofrecer a Dios lo mejor de sí mismo, por más instructivos que fueran, no podían salvarlo. ¿Por qué? Porque el Señor mismo había provisto un carnero para el sacrificio previsto, que en sí apuntaba a su única esperanza de salvación, Jesús.
Por consiguiente, Abraham debió haber entendido la gracia. No son las obras que hacemos para Dios las que nos salvan, sino la obra de Dios en nuestro favor (Efe. 3:8; comparar con Rom. 11:33). Sin embargo, al igual que Abraham, somos llamados a trabajar para Dios, y en este sentido, el accionar de Abraham es un poderoso ejemplo para seguir (Sant. 2:2-23).
¿Qué te dice personalmente la historia de Abraham e Isaac en el monte Moriah acerca de tu fe y cómo la manifiestas?