“Dijo además Faraón a José: He aquí yo te he puesto sobre toda la tierra de Egipto” (Gén. 41:41).
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Lee Elena de White, Patriarcas y profetas, “José en Egipto”, pp. 214–224; “José y sus hermanos”, pp. 225-245.
“Los tres días de encierro fueron días de amargo dolor para los hijos de Jacob. Reflexionaron sobre su pasado equivocado, especialmente su crueldad hacia José. Sabían que si los condenaban por ser espías y no podían presentar pruebas para salvarse, todos tendrían que morir o convertirse en esclavos. Dudaban de que cualquier esfuerzo que hiciera cualquiera de ellos lograría que su padre consintiera en que Benjamín se alejara de él, después de la cruel muerte que, según él pensaba, había sufrido José. Ellos vendieron a José como esclavo, y temían que Dios se hubiese propuesto castigarlos al permitir que se convirtieran en esclavos. José considera que su padre y las familias de sus hermanos quizás estén sufriendo por la hambruna, y está convencido de que sus hermanos se han arrepentido de su cruel trato hacia él y que en ningún caso tratarían a Benjamín como lo habían tratado a él” (SG 3:155, 156).
“José estaba satisfecho. Había probado a sus hermanos y había visto en ellos los frutos del verdadero arrepentimiento de sus pecados” (SG 3:165).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
- En clase, reflexionen sobre la pregunta que se encuentra al final del estudio del jueves. ¿Creen que José habría sido tan misericordioso con sus hermanos si las cosas no le hubieran salido tan bien? Por supuesto, no podemos saberlo con certeza, pero ¿qué indicadores, si los hay, en toda la historia de José nos revelan el tipo de carácter que él tenía, lo que podría ayudar a explicar su amabilidad?
- ¿De qué maneras podemos ver en José una especie de precursor de Cristo y de lo que Cristo pasó?
- José había puesto a prueba a sus hermanos. Asimismo, ¿cómo nos prueba Dios?
- Aun después de todos esos años, los hermanos reconocieron su culpa por su maldad hacia José. ¿Qué nos enseña esto sobre lo poderosa que puede ser la culpa? Y, aunque podemos ser perdonados y aceptar el perdón de Dios, ¿cómo aprendemos a perdonarnos a nosotros mismos, sin importar cuán indignos seamos de ese perdón?