“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:18).
“A SU IMAGEN”
“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Rom. 8:29).
En el principio, Dios nos hizo a su imagen (Gén. 1:27), pero el pecado corrompió esa imagen.
¿En qué aspectos vemos esta desfiguración de la imagen de Dios en la humanidad?
Es obvio: el pecado nos corrompió a todos (Rom. 3:10-19). Sin embargo, Dios desea restaurarnos a lo que deberíamos haber sido originalmente. Aquí es donde encaja nuestro versículo de hoy: revela el plan de Dios de que quienes someten su vida al Espíritu Santo sean “hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Rom. 8:29).
Pero, hay otra dimensión. “La misma imagen de Dios debe reproducirse en la humanidad. El honor de Dios, el honor de Cristo, está comprometido en la perfección del carácter de su pueblo” (DTG 626).
¿Cómo entiendes lo que nos dice Elena de White en la cita anterior? Ver también Job 1; Mateo 5:16; 1 Corintios 4:9; Efesios 3:10.
Como cristianos, nunca debemos olvidar que estamos en medio de un drama cósmico. El gran conflicto entre Cristo y Satanás se desarrolla a nuestro alrededor. La batalla toma muchas formas y se manifiesta de diversas maneras. Y, aunque hay muchas cosas ocultas, podemos entender que, como seguidores de Cristo, tenemos un rol que desempeñar en este drama y podemos honrar a Cristo con nuestra vida.
Imagínate estar en el campo de un estadio enorme. Sentados en las gradas a un lado, están los seres celestiales leales a Dios; del otro lado, están los seres que han caído con Lucifer. Si tu vida durante las últimas 24 horas se jugara en ese estadio, ¿qué equipo tendría más para festejar? ¿Qué te dice tu respuesta sobre ti?