“Por eso me afano, luchando con la fuerza de Cristo que actúa poderosamente en mí” (Col. 1:29, RVA 2000).
EL ESPÍRITU DE VERDAD
¿Alguna vez oraste: “¡Por favor, Dios, hazme bueno!”, pero viste pocos cambios? ¿Cómo es posible que oremos pidiendo que el gran poder transformador de Dios obre dentro de nosotros, pero nuestra vida aparentemente continúe siendo la misma? Sabemos que Dios tiene recursos sobrenaturales ilimitados que nos ofrece anhelante y generoso. Realmente queremos sacar provecho de todo; sin embargo, nuestra vida no parece cambiar de una manera que concuerde con lo que Dios ofrece.
¿Por qué? Por una simple razón: Si bien el Espíritu tiene poder ilimitado para transformarnos, con nuestras decisiones es posible que limitemos lo que Dios puede hacer.
Lee Juan 16:5 al 15. En este pasaje, Jesús llama al Espíritu Santo el “Espíritu de verdad” (Juan 16:13). ¿Qué implica esto que el Espíritu Santo hace por nosotros?
Si bien el Espíritu Santo puede mostrarnos la verdad sobre nuestra pecaminosidad, no puede forzarnos a arrepentirnos. También puede mostrarnos la mayor verdad acerca de Dios, pero no puede obligarnos a creer en ella ni a obedecerla. Si Dios nos obligara de alguna manera, aunque sea mínima, perderíamos el libre albedrío, y Satanás acusaría a Dios de manipular nuestra mente y corazón y de hacer trampa en el Gran Conflicto. Cuando estalló el Gran Conflicto en el cielo, nuestro Padre no obligó a Satanás ni a ninguno de los ángeles a creer que él era bueno y justo, ni a los ángeles caídos a arrepentirse. Y en el Jardín del Edén, cuando nuevamente había tanto en juego, Dios dejó muy en claro la verdad sobre el árbol que estaba en el medio del huerto, pero no impidió que Adán y Eva ejercieran su libre albedrío para desobedecer. Dios no actuará de manera diferente con nosotros hoy. De modo que el Espíritu presenta la verdad acerca de Dios y el pecado, y luego dice: “En vista de lo que te he mostrado, ¿qué harás ahora?”
Lo mismo ocurre cuando estamos en el crisol. A veces, el crisol aparece precisamente porque no hemos obedecido o no nos hemos arrepentido de nuestros pecados. Para que nuestro Padre obre en esos casos, debemos decidir conscientemente abrir las puertas del arrepentimiento y la obediencia de modo que el poder de Dios entre y nos transforme.
¿De qué te convenció el “Espíritu de verdad” recientemente? ¿Cuánto escuchas su voz? Más aún, ¿qué decisiones tomas con tu libre albedrío?