“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gén. 2:7).
“LOS MUERTOS NADA SABEN”
Lee Job 3:11 al 13; Salmos 115:17; 146:4; y Eclesiastés 9:5 y 10. ¿Qué podemos aprender de estos pasajes sobre la condición de los seres humanos al morir?
Algunos comentaristas bíblicos argumentan que estos pasajes (Job 3:11-13; Sal. 115:17; 146:4; Ecl. 9:5, 10), escritos en lenguaje poético, no pueden usarse para definir la condición de los seres humanos al morir. Es cierto que a veces la poesía puede ser ambigua y se puede malinterpretar con facilidad, pero no es así con estos versículos. Su lenguaje es claro y sus conceptos están en total armonía con las enseñanzas generales del Antiguo Testamento sobre el tema.
En primer lugar, en Job 3, el patriarca lamenta haber nacido, debido a todo el sufrimiento. (En los momentos más terribles, ¿quién no ha deseado no haber nacido nunca?) Él reconoce que, si hubiera muerto al nacer, estaría dormido y en reposo (Job 3:11, 13).
Salmo 115 define el lugar donde están los muertos como un lugar de silencio, porque “no alabarán los muertos a JAH” (Sal. 115:17). Esto difícilmente sugiera que los muertos, los muertos fieles (y agradecidos), estén en el cielo adorando a Dios.
Según Salmo 146, las actividades mentales de la persona cesan con la muerte: “Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos” (Sal. 146:4). Esta es una descripción bíblica perfecta de lo que sucede al morir.
Y Eclesiastés 9 agrega que “los muertos nada saben” y que en la tumba “no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría” (Ecl. 9:5, 10). Estas declaraciones confirman la enseñanza bíblica de que los muertos están inconscientes.
La enseñanza bíblica de la inconsciencia en la muerte no debería generar pánico en los cristianos. En primer lugar, a los que mueren sin ser salvos no les espera un infierno que arda eternamente ni un purgatorio temporal. En segundo lugar, a los que mueren en Cristo les espera una recompensa asombrosa. No es de extrañar que “para el creyente, la muerte es un asunto trivial. [...] Para el cristiano, la muerte es tan solo un sueño, un momento de silencio y tinieblas. La vida está oculta con Cristo en Dios, y ‘cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria’ (Juan 8:51, 52; Col. 3:4)” (DTG 745).
Piensa en los muertos en Cristo. Ellos cierran los ojos en la muerte y, ya sea que estén en la tumba mil quinientos años o cinco meses, a ellos les da lo mismo. De repente, es el regreso de Cristo. Entonces, ¿podríamos afirmar que, en cierto sentido, los muertos están mejor que nosotros, los vivos?