“Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:11, 12).
ESPERANZA MÁS ALLÁ DE ESTA VIDA
Herodoto, el antiguo historiador griego (siglo V a.C.), escribió sobre una tribu que, con cada nacimiento, iniciaba un período de duelo porque anticipaban el sufrimiento que enfrentaría el bebé si llegaba a adulto. Aunque este ritual nos pueda parecer extraño, tiene cierta lógica.
Milenios después, un anuncio en Estados Unidos a principios del siglo XX decía: “¿Por qué vivir, si te pueden enterrar por diez dólares?”
La vida puede ser bastante difícil, lo sabemos, incluso si creemos en Dios y en la esperanza de la Eternidad. No obstante, imagínate lo difícil que es para quienes no tienen ninguna esperanza más allá de la corta (y a menudo problemática) existencia en este mundo. Más de un escritor secular ha comentado sobre la falta de sentido de la existencia humana, ya que no solo morimos, sino además todos vivimos sabiendo que vamos a morir. Y ser consciente de esto es lo que hace que todo el proyecto de la vida humana, que en sí es duro y doloroso a veces, parezca nulo y sin valor. Un pensador hizo alusión a la humanidad como meros “trozos de carne en mal estado sobre huesos que se desintegran”. Bastante macabro, pero, de nuevo, es difícil discutir con su lógica.
Por supuesto, en contraste con todo esto, tenemos la promesa bíblica de la vida eterna en Jesús. Y esa es la clave: tenemos esta esperanza en Jesús y lo que nos ofrece su muerte y su resurrección. Por lo demás, ¿qué esperanza tenemos?
Lee 1 Corintios 15:12 al 19. ¿Cuál es el mensaje de Pablo? ¿Cuán estrechamente relacionada está la resurrección de Cristo con la esperanza de nuestra propia resurrección?
Pablo es explícito: nuestra resurrección está inseparablemente ligada a la resurrección de Cristo. Y, si no resucitamos, entonces significa que Cristo no resucitó, y si Cristo no resucitó, entonces, ¿qué? “Vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados”. En otras palabras, cuando morimos seguimos muertos, y para siempre, y por lo tanto, todo es absurdo. Pablo prácticamente dice eso en 1 Corintios 15:32: “Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos”.
Si nuestra existencia actual como protoplasma compuesto básicamente de carbono es todo lo que hay, y nuestros “setenta años” (Sal. 90:10) –con suerte, más, si no fumamos ni comemos demasiadas hamburguesas de McDonald’s– es todo a lo que alguna vez apuntamos llegar, estamos muy mal. No es de extrañar que Elena de White agregue: “El cielo es de mayor valor para nosotros que cualquier otra cosa; y si perdemos el cielo, hemos perdido todo” (HHD 351).
Piensa en lo preciosas que son nuestra esperanza y nuestra fe. ¿Por qué debemos hacer todo lo posible, por la gracia de Dios, para conservarlas?