“Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:11, 12).

“YO LE RESUCITARÉ”

martes 15 de noviembre, 2022

En uno de sus milagros, Jesús había alimentado a cinco mil personas con solo una pequeña cantidad de pan y pescado (Juan 6:1-14). Al darse cuenta de que la multitud tenía la intención de proclamarlo rey (Juan 6:15), Jesús navegó con sus discípulos al otro lado del mar de Galilea. Pero, al día siguiente, la multitud lo siguió hasta allí, donde él pronunció su poderoso sermón sobre el Pan de vida, con especial énfasis en el don de la vida eterna (Juan 6:22-59).

Lee Juan 6:26 al 51. ¿Cómo relacionó Jesús el don de la vida eterna con la resurrección final de los justos?

En su sermón, Jesús destacó tres conceptos básicos en cuanto a la vida eterna. En primer lugar, se identificó como “el pan [...] que descendió del cielo y da vida al mundo” (Juan 6:33, 58). Al declarar “Yo soy [griego egō eimi] el pan de vida” (Juan 6:35, 48), Jesús se presentó como el gran “YO SOY” del Antiguo Testamento (Éxo. 3:14). En segundo lugar, Jesús explicó que podemos obtener vida eterna en él: “El que a mí viene” y “el que en mí cree” tendrá esta bendición (Juan 6:35). Y finalmente, Jesús vinculó el don de la inmortalidad con la resurrección final, al asegurar tres veces a su audiencia: “Y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:40, 44, 54).

Jesús también hizo esta asombrosa promesa: “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47). Por lo tanto, el don de la vida eterna ya es una realidad presente. Pero esto no significa que el creyente nunca morirá, porque la misma expresión “le resucitaré” (Juan 6:40) implica volver a vivir después de haber estado muerto.

La imagen es clara. Sin Cristo, no tenemos vida eterna. Pero, aun después de aceptar a Cristo y tener la seguridad de la vida eterna, por ahora continuamos siendo mortales y, por ende, sujetos a la muerte natural. En la Segunda Venida, Jesús nos resucitará, y en ese mismo momento nos dará el don de la inmortalidad, que ya era nuestro. La garantía de este don no proviene de una supuesta inmortalidad natural del alma, sino de la justicia de Jesús que recibimos por la fe en él.

¡Medita sobre las palabras de Jesús de que, si crees en él, tienes (ahora mismo) vida eterna! Esta maravillosa promesa, ¿cómo puede ayudarte a afrontar la dolorosa realidad de nuestra mortalidad actual, aunque solo sea temporal?