“Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Cor. 5:10).
EL JUICIO FINAL
Lee Mateo 25:31 al 46 y Juan 5:21 al 29. ¿Cómo señaló Cristo los conceptos de condenación y vindicación en el Juicio final?
Las expresiones “no es condenado” (Juan 3:18) y “no vendrá a condenación” (Juan 5:24) significan que los que están en Cristo no serán condenados en el Juicio. Es decir, nuestro destino se define en la vida presente. Los que están en Cristo ya tienen asegurada su vindicación en el Juicio, y los que no están en Cristo permanecen bajo condenación. Al describir el Juicio (Mat. 25:31–46), Cristo mencionó la presencia no solo de los cabritos (impíos) sino también de las ovejas (justos). Y el apóstol Pablo declaró explícitamente: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Cor. 5:10).
Mientras reflexionamos sobre el Juicio, debemos tener en cuenta que somos salvos por gracia (Isa. 55:1; Efe. 2:8-10), justificados por la fe (Gén. 15:6; Rom. 5:1) y juzgados por las obras (Ecl. 12:14; Mat. 25:31–46; Apoc. 20:11–13). La base del proceso judicial es la Ley moral de Dios, resumida en los Diez Mandamientos (Ecl. 12:13, 14; Sant. 1:25; 2:8-17). Nuestras obras son las evidencias externas de la autenticidad de nuestra experiencia salvífica y, en consecuencia, los elementos para valorar durante el Juicio.
Recuerda: No hay ningún decreto arbitrario de Dios que elija a unos para salvación y a otros para perdición. Cada uno es moralmente responsable por su propio destino.
En definitiva, el Juicio no es el momento en que Dios decide aceptarnos o rechazarnos, sino el momento en que Dios pone punto final a nuestra decisión de si lo hemos aceptado o no, una elección que se manifiesta en nuestras obras.