“Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas” (Apoc. 21:5).
EN LA PRESENCIA DE DIOS
La Biblia dice que Dios “habita en luz inaccesible” (1 Tim. 6:16), y que “a Dios nadie le vio jamás” (Juan 1:18; 1 Juan 4:12). ¿Significa esto que los santos nunca verán a Dios el Padre en el cielo? En absoluto. Es evidente que el hecho de no ver a Dios se refiere a los seres humanos después de la Caída, porque hay varios indicios en las Escrituras de que los santos realmente lo verán en el cielo.
Lee Mateo 5:8; 1 Juan 3:2 y 3; y Apocalipsis 22:3 y 4. ¿Qué nos dicen estos pasajes acerca del privilegio supremo de ver a Dios?
El mismo apóstol Juan que declaró que “a Dios nadie le vio jamás” (Juan 1:18; 1 Juan 4:12); pero también declara que “le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2, 3) y que “ver[emos] su rostro” (Apoc. 22:3, 4). Puede ser debatible si estos pasajes se refieren a Dios el Padre o a Cristo. Pero, todas las dudas se desvanecen a la luz de la propia declaración de Cristo: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mat. 5:8). ¡Qué privilegio será para los redimidos adorar a Dios en su Templo! Pero el privilegio supremo de todos será ver su rostro.
“El pueblo de Dios tiene el privilegio de tener comunión directa con el Padre y con el Hijo. ‘Ahora vemos en un espejo, confusamente’ (1 Cor. 13:12). Contemplamos la imagen de Dios reflejada, como en un espejo, en las obras de la naturaleza y sus tratos con los hombres; pero entonces lo veremos cara a cara, sin velo que nos lo oculte. Estaremos en su presencia y contemplaremos la gloria de su rostro” (CS 656).
Observa en algunos de los versículos de hoy el vínculo entre la pureza y el hecho de ver a Dios. “Los de limpio corazón” verán a Dios; el que verá a Dios “se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3). Lo que estos versículos revelan es que Dios debe hacer una obra en nosotros ahora, que nos ayude a prepararnos para el cielo.
Aunque, en definitiva, la muerte de Jesús es la que nos garantiza el derecho al cielo, pasaremos por un proceso de purificación aquí y ahora que nos ayudará a prepararnos para nuestro hogar eterno. Y el centro del proceso de purificación es la obediencia a su Palabra gracias a la obra del Espíritu Santo en nosotros.
Lee 1 Pedro 1:22. ¿Cómo nos revela este texto el vínculo entre la obediencia mediante el Espíritu y la purificación? ¿Qué tiene la obediencia, que nos purifica? Específicamente, ¿cómo dice Pedro que se manifestará nuestra obediencia?