“Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas” (Apoc. 21:5).
NO MÁS MUERTE NI LÁGRIMAS
La teoría de un alma inmortal que sufre eternamente en un infierno siempre en llamas contradice la enseñanza bíblica de que en el cielo nuevo y la Tierra Nueva “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto” (Apoc. 21:4). Si fuera cierta la teoría de un infierno eterno y ardiente, entonces la “segunda muerte” no erradicaría el pecado ni a los pecadores del Universo, sino que solo los confinaría en un infierno eterno de dolor y llanto. Es más: En este caso, el Universo nunca se restauraría completamente a su perfección original. Pero ¡alabado sea el Señor, porque la Biblia pinta un cuadro completamente diferente!
Lee Isaías 25:8, y Apocalipsis 7:17 y 21:4. ¿Qué consuelo y esperanza pueden traernos estos pasajes en medio de las pruebas y el sufrimiento de este mundo actual?
La vida puede ser muy dura, injusta, cruel. El frío abrazo de la muerte violentamente nos arrebata a algunas personas muy entrañables para nosotros; otras llegan sutilmente a nuestra vida, nos roban los sentimientos y luego se van como si nada hubiera pasado. Qué terrible es ser traicionado por alguien a quien amamos y en quien confiamos.
Hay momentos en los que, con el corazón roto, hasta podemos preguntarnos si vale la pena seguir viviendo. Sin embargo, independientemente de nuestros pesares, Dios siempre está dispuesto a enjugar toda lágrima de nuestras mejillas. Pero, algunas de nuestras lágrimas más profundas seguirán fluyendo hasta ese glorioso día en que la muerte, el dolor y el llanto dejarán de existir (Apoc. 21:1–5).
Podemos confiar en que en el Juicio Final Dios tratará a cada ser humano con justicia y amor. Todos nuestros seres queridos que murieron en Cristo resucitarán de entre los muertos para estar con nosotros por toda la Eternidad. Los que no son aptos para la vida eterna finalmente dejarán de existir, sin tener que vivir en un cielo para ellos “desagradable” o en un infierno que arda eternamente. Nuestro mayor consuelo proviene de la manera justa en que Dios trata a todos. Cuando la muerte deje de existir definitivamente, los redimidos exclamarán con júbilo: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Cor. 15:54, 55).
El Señor prometió que, en el cielo nuevo y la Tierra Nueva que creará, “de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento” (Isa. 65:17). Esto no significa que el cielo será un lugar de amnesia, sino que el pasado no socavará el gozo perdurable del cielo.
¿Quién no ha sentido aquí los injustos estragos de la existencia humana? Especialmente en esos malos momentos, ¿cómo podemos aprender a confiar y, en lo posible, regocijarnos en la bondad y el amor de Dios?