“¡Miren qué gran amor nos ha prodigado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios!” (1 Juan 3:1).
DIOS ES EL DUEÑO DE TODO
Lee Salmo 50:10 al 12; 24:1; 1 Crónicas 29:13 y 14; y Hageo 2:8. ¿Cuál es el mensaje? ¿Qué debería significar esta verdad para nosotros y cómo nos relacionamos con lo que poseemos?
El libro de 1 Crónicas, a partir del capítulo 17, registra el deseo del rey David de construir una casa para Dios. Compartió este deseo con el profeta Natán, quien respondió: “Haz cuanto piensas en tu corazón, porque Dios está contigo” (1 Crón. 17:2). Pero esa noche Dios le habló a Natán y le ordenó que le dijera al rey que, por ser un hombre de guerra, no podría edificar la casa de Dios; su hijo haría el trabajo en su lugar. David preguntó si al menos podía trazar los planos y preparar los materiales de construcción. Cuando se le concedió esta petición a David, pasó el resto de su vida acumulando una enorme cantidad de piedra labrada, cedro, hierro, oro, plata y bronce “sin medida”. Cuando todos los materiales de construcción estuvieron preparados y ensamblados en el lugar de construcción, David reunió a todos los dirigentes de Israel para una ceremonia de alabanza y acción de gracias.
En 1 Crónicas 29:13 y 14, en la oración pública del rey David, ¿cuál dijo él que era la verdadera Fuente de todos los materiales de construcción en los que él y el pueblo habían invertido tiempo y dinero en preparar? Por supuesto, básicamente dijo al Señor: “Realmente no podemos atribuirnos el mérito por todos estos materiales especiales porque solo te estamos devolviendo lo que es tuyo”.
Este tema es importante para todos nosotros, seamos ricos o pobres (pero especialmente los ricos). Debido a que Dios hizo todo en el principio (ver Gén. 1:1; Juan 1:3; Sal. 33:6, 9), él es verdaderamente el dueño legítimo de todo lo que existe, incluyendo todo lo que poseemos, sin importar con cuánto esmero y honestidad hayamos trabajado para ello. Si no fuera por Dios y su gracia, no tendríamos nada, no seríamos nada; por cierto, ni siquiera existiríamos. Por lo tanto, siempre debemos vivir reconociendo que, en última instancia, Dios es el dueño de todo lo que existe, y al alabarlo y agradecerle por su bondad hacia nosotros, podemos recordar esta importante verdad.
“Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer de nuestra voluntad cosas semejantes” (1 Crón. 29:14). ¿Qué hermosos principios se expresan en estas palabras, y cómo reflejan cuál debe ser nuestra actitud hacia Dios y nuestra actitud hacia lo que poseemos?