“Traigan todo el diezmo a la tesorería, y haya alimento en mi casa. Y pruébenme en esto –dice el Señor Todopoderoso–, a ver si no abro las ventanas del cielo y vacío sobre ustedes bendición hasta que sobreabunde” (Mal. 3:10).
¿DÓNDE ESTÁ LA TESORERÍA?
Lee Malaquías 3:10. ¿Qué podemos aprender de este versículo acerca de a dónde debería ir nuestro diezmo?
Aunque no se dan instrucciones específicas en el texto, es evidente que el pueblo de Dios sabía lo que él quería decir con la palabra “alfolí”, o “tesorería”. Dios sí incluye en sus instrucciones: “Haya alimento en mi casa”. Su pueblo entendía que la casa de Dios inicialmente fue el Santuario, la tienda minuciosa que se erigió por instrucciones específicas dadas a Moisés en el Monte Sinaí. Más adelante, cuando Israel vivió en la Tierra Prometida, la ubicación central fue primero en Silo y luego, de manera más permanente, en el Templo de Jerusalén. Lee Deuteronomio 12:5 al 14. Estos versículos no indican que los hijos de Dios podían decidir a discreción dónde depositar su diezmo. ¿Qué principios podemos tomar de estos versículos para nosotros hoy?
Como miembros de la familia de Dios, queremos entender y practicar su voluntad con respecto a qué hacer con nuestro diezmo. En el relato bíblico, aprendemos que tres veces al año –la Pascua, el Pentecostés y la Fiesta de los Tabernáculos (Éxo. 23:14–17)– el pueblo de Dios debía viajar a Jerusalén para llevar personalmente sus diezmos y ofrendas, y para alabar y adorar a Dios. Después los levitas distribuían el diezmo entre sus hermanos por toda la tierra de Israel (ver 2 Crón. 31:11–21; Neh. 12:44–47; 13:8–14). En armonía con este principio bíblico de la tesorería/alfolí, la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha designado a las asociaciones, las misiones y las uniones de iglesias locales como tesorerías en nombre de la iglesia mundial, y de las cuales se paga el ministerio/la obra eclesiástica.
Para comodidad de los miembros de iglesia, el diezmo se lleva a la iglesia local, donde, como parte de su experiencia de adoración, los miembros depositan sus diezmos y ofrendas; aunque algunos utilizan las donaciones en línea. Los tesoreros locales luego envían el diezmo a la tesorería de la Asociación. Este sistema de administración del diezmo, delineado y ordenado por Dios, ha permitido que la Iglesia Adventista del Séptimo Día tuviera un impacto global y creciente en el mundo.
Imagínate si todos decidieran dar el diezmo a quien quisieran, en detrimento de la propia Iglesia Adventista. ¿Qué pasaría con nuestra iglesia? Por ende, ¿por qué esa práctica es una mala idea y es contraria a las Escrituras?