“Y les dijo: ‘¡Cuidado! Guárdense de toda avaricia, porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee’ ” (Luc. 12:15).

ANANÍAS Y SAFIRA

miércoles 1 de marzo, 2023

Era una época emocionante para ser miembro de la iglesia. Después del gran derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, los apóstoles predicaban el evangelio con poder y miles se unían a la iglesia.

“Después de haber orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con valentía la palabra de Dios. La multitud de los que habían creído era de un corazón y un pensamiento. Y ninguno decía ser suyo nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (Hech. 4:31, 32).

Qué privilegio tuvieron Ananías y Safira de formar parte de la iglesia primitiva, verla crecer y ver la manifestación del Espíritu Santo de una manera tan marcada. “Ningún necesitado había entre ellos, porque todos los que poseían heredades, o casas, las vendían y traían el precio de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y era repartido a cada uno según su necesidad” (Hech. 4:34, 35).

En este escenario, Ananías y Safira, obviamente impresionados por lo que estaba sucediendo, quisieron ser parte de ello y decidieron vender una propiedad y contribuir con las ganancias a la iglesia. Hasta aquí, todo bien...

Lee Hechos 5:1 al 11. ¿Qué crees que fue peor, retener parte del dinero o mentir al respecto? ¿Por qué un castigo tan duro?

Al principio, parecían sinceros en su deseo de dar para la obra. Sin embargo, “más tarde, Ananías y Safira agraviaron al Espíritu Santo cediendo a sentimientos de codicia. Empezaron a lamentar su promesa, y pronto perdieron la dulce influencia de la bendición que había encendido sus corazones con el deseo de hacer grandes cosas en favor de la causa de Cristo” (HAp 60). En otras palabras, aunque habían comenzado con la mejor de las motivaciones, su codicia finalmente hizo que mostraran una fachada y pretendieran ser lo que en realidad no eran.

“Y vino un gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas” (Hech. 5:11). Después de este incidente, la gente seguramente tuvo más cuidado al devolver su diezmo. Pero este triste relato no se incluyó en la Biblia como una advertencia sobre la fidelidad en el diezmo. ¿Qué nos enseña? ¿A dónde puede conducirnos la codicia?