“Y nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, que se había propuesto en Cristo, para que, llegado el tiempo, reuniera en él, bajo una sola cabeza, todo lo que está en el Cielo y lo que está en la tierra” (Efe. 1:9, 10).
PABLO, EVANGELISTA EN ÉFESO
¿Qué hace Pablo en su primera visita a Éfeso, al final de su segundo viaje misionero? (Hech. 18:18–21).
Éfeso era una de las ciudades más grandes del Imperio Romano, con una población de unos doscientos cincuenta mil habitantes. Era la capital de una de las provincias más ricas del Imperio, la provincia de Asia, que abarcaba gran parte de lo que hoy se conoce como Asia Menor. En los días de Pablo, la provincia disfrutaba de un período de crecimiento y prosperidad. Al ser una ciudad portuaria, Éfeso también estaba en la encrucijada de importantes rutas terrestres. Si bien la gente de la ciudad adoraba a muchas deidades, Artemisa, considerada la diosa protectora de la ciudad, era suprema. La adoración a Artemisa era el centro de las ceremonias cívicas, los juegos deportivos y las celebraciones anuales. (Los romanos denominaban Diana a Artemisa; ver Hech. 19:24, 35).
Posteriormente, Pablo regresa a Éfeso en su tercer viaje misionero (Hech. 19:1–12) y se queda allí “por tres años” (Hech. 20:31). El apóstol dedica un tiempo sustancial a Éfeso, con la intención de dar un fundamento sólido al cristianismo allí.
¿Qué acontecimiento extraño genera una reverencia generalizada por el “Señor Jesús” en Éfeso? (Hech. 19:13–20).
Lucas comparte la extraña historia de siete exorcistas judíos itinerantes en la ciudad. Entremezclar los nombres de Jesús y de Pablo en sus encantamientos decididamente es una iniciativa desafortunada para estos exorcistas. Cuando la noticia recorre las calles de la ciudad, “el temor se apoderó de todos, y magnificaban el nombre del Señor Jesús” (Hech. 19:17). El acontecimiento también tuvo un profundo impacto en algunos de los que ya eran creyentes, quienes quemaron públicamente sus costosos manuales de artes mágicas y, “sacando la cuenta de su precio, hallaron que era de cincuenta mil denarios (cincuenta mil días de trabajo)” (Hech. 19:19). Junto con los demás residentes de la ciudad, los creyentes aprenden que la adoración a Jesús no debe diluirse con ninguna otra adoración.
¿Qué implicó el hecho de que quemaran sus propios libros, incluso a un costo económico tan grande para ellos? ¿Qué nos dice eso acerca de asumir un compromiso total con el Señor?