“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en pecados nos dio vida junto con Cristo. Por gracia ustedes han sido salvados” (Efe. 2:4, 5).

EN OTRO TIEMPO ENGAÑADOS POR NUESTROS PROPIOS DESEOS

lunes 17 de julio, 2023

“Entre ellos [los desobedientes] todos nosotros también vivimos en otro tiempo al impulso de los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira, igual que los demás” (Efe. 2:3).

Al margen de la intervención de Dios, la existencia humana está dominada no solo por las fuerzas externas mencionadas en Efesios 2:2, sino también por las internas: “los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos” (Efe. 2:3; comparar con Sant. 1:14, 15; 1 Ped. 1:14).

¿Qué quiere decir Pablo al afirmar que sus oyentes en otro tiempo eran “por naturaleza hijos de ira, igual que los demás”? (Efe. 2:3)? Comparar con Efesios 2:3 y 5:6.

La realidad actual de una vida perdida ya es bastante angustiante, pero sus implicaciones para los últimos días son aún más aterradoras. Los seres humanos, siendo “por naturaleza hijos de ira, igual que los demás” (Efe. 2:3), estarán bajo la amenaza del juicio de Dios en el tiempo del fin.

La expresión “por naturaleza hijos de ira” también apunta a otra realidad abrumadora. Si bien todavía poseemos la imagen de Dios, hemos llegado a comprender que hay algo profundamente malo en nosotros. Por ende, vivir la vida cristiana no es solo una cuestión de vencer uno o dos malos hábitos, o superar todos los “delitos y pecados” (Efe. 2:1) que nos amenazan hoy por hoy. No solo luchamos con los pecados, sino con el pecado. Tendemos a la rebelión contra Dios y a la autodestrucción. Los seres humanos, por defecto, estamos atrapados en un patrón de comportamiento pecaminoso y autodestructivo, al seguir los dictados de Satanás (Efe. 2:2) y nuestros propios deseos pecaminosos innatos (Efe. 2:3). Los creyentes, en otro tiempo, éramos “por naturaleza hijos de ira”.

Es importante notar que Pablo emplea un tiempo pasado: “éramos por naturaleza hijos de ira” (Efe. 2:3). Esto no significa que los creyentes ya no tengamos una inclinación inherente hacia el mal. Pablo dedica una parte considerable de su carta, Efesios 4:17 a 5:21, a advertir acerca de los actos pecaminosos. Estos están arraigados en la naturaleza pecaminosa y continúan siendo una amenaza para los cristianos. Sin embargo, sí significa que este “hombre viejo” ya no necesita dominar al creyente, quien mediante el poder de Cristo puede “desp[ojarse] del hombre viejo” y “v[estirse] del nuevo hombre, creado para ser semejante a Dios en justicia y en santidad de la verdad” (Efe. 4:22–24).

¿Quién no ha advertido lo corrupta que es nuestra naturaleza, aun después de habernos entregado a Jesús? ¿Qué debería enseñarnos esto sobre la importancia de aferrarnos a él en cada momento de la vida?