“Acerca de la pasada manera de vivir, despójense del hombre viejo, viciado por sus deseos engañosos. Renueven la actitud de su mente, y vístanse del nuevo hombre, creado para ser semejante a Dios en justicia y en santidad de la verdad” (Efe. 4:22-24).

EL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA DEL CREYENTE

miércoles 16 de agosto, 2023

Al analizar los pecados de la expresión verbal dentro de la comunidad cristiana, ¿qué exhortación comparte Pablo acerca de la presencia del Espíritu Santo con los creyentes? Efesios 4:30.

Pablo ofrece una advertencia desalentadora y a la vez una promesa conmovedora. Los pecados que cometemos unos contra otros en la iglesia no son faltas menores, sin mucha importancia: lo que entristece al Espíritu Santo es nuestro mal uso del don divino del habla para destrozar a otros (Efe. 4:25–27, 29, 31, 32). El hecho de que Pablo replique Isaías 63:10 acentúa la seria advertencia: “Sin embargo, [los israelitas] fueron rebeldes y entristecieron a su Espíritu Santo; por eso se les volvió enemigo, y él mismo peleó contra ellos”.

En una promesa reconfortante, Pablo afirma que el Espíritu Santo sella a los creyentes desde el día en que aceptaron a Cristo (Efe. 1:13, 14) hasta “el día de la redención” (Efe. 4:30). La relación del Espíritu con el creyente no es frágil sino duradera. Cuando los creyentes menospreciamos la presencia del Espíritu, que mora en nosotros, al usar como arma el don divino del habla, no se dice que el Espíritu se va, sino que se entristece. El Espíritu tiene la intención de permanecer en los creyentes, marcándolos como propiedad divina y como protegidos de Dios, hasta la venida de Cristo.

Pablo resalta la plena divinidad del Espíritu como el “Espíritu Santo de Dios”, y destaca la personalidad del Espíritu al reflejar que el Espíritu Santo se entristece. (Ver también Rom. 8:16, 26, 27; 1 Cor. 2:10, 13; 12:11; Gál. 5:17, 18).

Debemos andar con cuidado al analizar el misterio de la Deidad. El Espíritu es uno con el Padre y con el Hijo, y a la vez distinto del Padre y del Hijo. “El Espíritu tiene su propia voluntad, y por lo tanto toma decisiones. Podemos entristecerlo y blasfemar contra él. Esas expresiones no son propias de un mero poder o influencia, sino que son características de una persona. ¿Es entonces el Espíritu una persona como tú y como yo? No, usamos terminología humana limitada para describir lo divino, y el Espíritu es lo que los seres humanos nunca pueden ser” (Paul Petersen, God in 3 Persons—In the New Testament [Silver Spring, MD: Instituto de Investigación Bíblica, 2015], p. 20).

El “Espíritu Santo de Dios” vive en un contacto tan íntimo con nosotros que se dice que nuestros actos lo afectan. Compartimos la vida con un miembro de la Deidad comprometido con nosotros en una relación duradera que nos sella hasta el tiempo del fin. ¿Cuál debería ser nuestra respuesta de fe a esta asombrosa verdad?