“Sobre todo, tomen el escudo de la fe, con que puedan apagar todos los dardos encendidos del maligno. Tomen el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Efe. 6:16, 17).
LA IGLESIA: UN EJÉRCITO UNIFICADO
Lee Efesios 6:10 al 20. ¿Qué señala Pablo sobre el tipo de guerra en la que participa la iglesia? ¿Describe principalmente la batalla espiritual de un creyente individual contra el mal, o la guerra colectiva de la iglesia contra el mal?
La victoria en las guerras griegas y romanas dependía de la cooperación de los soldados en cada unidad militar y, especialmente, de su apoyo mutuo en el fragor de la batalla. El individualismo en la batalla se consideraba una característica de los guerreros bárbaros, que los condenaba a la derrota.
Hay razones importantes para apoyar la idea de que Pablo, según este concepto militar habitual, habla principalmente de la batalla compartida de la iglesia contra el mal en Efesios 6:10 al 20: 1. El pasaje es el punto culminante de una carta que trata sobre la iglesia. Sería extraño que Pablo concluyera su carta con la imagen de un guerrero cristiano solitario que lucha contra los enemigos de las tinieblas; 2. Al final del pasaje, Pablo destaca la camaradería cristiana en su llamado a la oración “por todos los santos” (Efe. 6:18–20); 3. Lo más significativo de todo es que, anteriormente en la carta, cuando Pablo habla de los poderes del mal, los enfrenta con la iglesia, no con el creyente individual: “Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora notificada por medio de la iglesia a los principados y potestades de los Cielos” (Efe. 3:10).
Por lo tanto, Efesios 6:10 al 20 no describe a un guerrero solitario que se enfrenta al mal. Pablo, como general, se dirige a la iglesia como un ejército. Él nos llama a tomar toda nuestra armadura y, como un ejército unificado, avanzar en la batalla en forma vigorosa y unida. Pablo decide concluir su énfasis minucioso en la iglesia –que incluye descripciones constantes de la iglesia como el cuerpo de Cristo (Efe. 1:22, 23; 4:1–16), el edificio/templo de Dios (Efe. 2:19-22) y la esposa de Cristo (Efe. 5:21-33)– con una metáfora final: la iglesia como el ejército del Dios viviente. Dado que nos acercamos al “día malo” (Efe. 6:13), las etapas finales de la larga batalla contra el mal, no es momento de estar confundidos acerca de nuestro compromiso con Dios ni con nuestra lealtad mutua como compañeros de armas de Cristo.
¿De qué manera podemos nosotros, como organismo colectivo, trabajar juntos en el Gran Conflicto, a fin de ayudarnos mutuamente en nuestras luchas contra el mal, en cualquier forma que se presente?