“Un mandamiento nuevo les doy: que se amen unos a otros. Que se amen así como yo los he amado. En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros” (Juan 13:34, 35).
LA MISIÓN DE ABRAHAM
Lee Génesis 19:1 al 29. ¿Cuál fue el resultado del espíritu de hospitalidad, amor y oración de Abraham?
El pasaje da una indicación interesante sobre la posición de Lot en la ciudad de Sodoma: “Lot estaba sentado a la puerta de Sodoma” (Gén. 19:1). Esto significa que era un personaje importante en la ciudad, ciertamente un funcionario público, porque sentarse a la puerta era un privilegio de funcionarios, jueces y reyes (2 Sam. 19:8; Jer. 38:7; Rut 4:1).
Génesis 19 es casi paralelo con el capítulo 18 y la historia de los ángeles con Abraham. Tanto Abraham como Lot se sentaban en una puerta, o entrada (Gén. 18:1; 19:1); tanto Abraham como Lot invitaron a extraños a descansar en su morada (Gén. 18:3, 4; 19:2); tanto Abraham como Lot preparon alimentos para sus visitantes (Gén. 18:4-8; 19:3). Por más que tuviera defectos, parece que Lot tenía algunas características buenas.
“Entonces el Señor hizo llover desde el cielo fuego y azufre sobre Sodoma y Gomorra, y destruyó las ciudades y toda esa llanura, con todos sus habitantes y con todo el fruto de la tierra” (Gén. 19:24, 25).
No sabemos cuántas personas vivían en las ciudades de Sodoma y de Gomorra al momento de este relato, pero entre estos miles de personas únicamente cuatro abandonaron la ciudad, y solo tres se salvaron. Lo mismo ocurrió con el diluvio del Génesis. No sabemos cuántos vivían en ese entonces, pero sabemos que la mayoría no se salvó.
El pequeño número de habitantes de Sodoma que se salvó tiene inferencias para nuestra propia misión: no todos se salvarán. Nos gustaría que todos aceptaran a Jesús y su plan de salvación, pero cada persona tiene libre albedrío. Nuestra tarea consiste en invitar al mayor número posible de personas a decidirse por Jesús. Mientras llevamos a cabo nuestra misión, Dios nos asiste por medio del Espíritu Santo, pero nunca irá en contra de la voluntad de nadie. El libre albedrío significa que, en última instancia, sin importar lo que hagamos o cuánto oremos, la salvación depende de la elección de cada uno.
¿Cómo podemos aprender a no desanimarnos si no vemos los resultados que deseamos al cumplir con nuestra misión?