“Después les dijo: ‘Estas son las palabras que les hablé cuando estaba aún con ustedes; que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos’. Entonces les abrió el sentido, para que entendiesen las Escrituras” (Luc. 24:44, 45).
CÓMO LEER SALMOS
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: 1 Crónicas 16:7; Nehemías 12:8; Salmos 25:1–5; 33:1–3; Romanos 8:26, 27; Salmos 82:8; 121:7.
Salmos ha sido un devocionario y un himnario para judíos y cristianos de todas las épocas. Y, aunque estas poesías son predominantemente las palabras que los salmistas le dedicaron a Dios, no se originaron con los mortales, sino con Dios, que inspiró sus pensamientos.
De hecho, el Señor los inspiró para que escribieran. Por eso, como en toda la Escritura (2 Ped. 1:21), Dios, en Salmos, nos habla mediante sus siervos y el Espíritu. Jesús, los apóstoles y los autores del Nuevo Testamento citaron Salmos y lo identificaron como Escritura (Mar. 12:10; Juan 10:34, 35; 13:18). Es la Palabra de Dios al igual que los libros de Génesis y Romanos.
Distintos autores del antiguo Israel escribieron Salmos en poesía hebrea, por lo que estos salmos reflejan su mundo específico, si bien los mensajes son universales. Es fundamental aceptar Salmos como Palabra de Dios y prestar mucha atención a sus rasgos poéticos, así como a sus contextos históricos, teológicos y litúrgicos, para comprender sus mensajes, que llegan hasta nuestros días tras miles de años.