“¿Cómo habíamos de cantar canción del Señor en tierra extraña?” (Sal. 137:4).

¿DÓNDE ESTÁ DIOS?

martes 30 de enero, 2024

Lee Salmos 42:1 al 3; 63:1; 69:1 al 3; y 102:1 al 7. ¿Qué le causa tanto dolor al salmista?

No solo los sufrimientos personales y comunitarios perturban al salmista, sino también, e incluso más, la aparente falta de atención de Dios a las penurias de sus siervos. La ausencia de Dios se siente como una sed intensa en tierra seca (Sal. 42:1-3; 63:1) y una angustia mortal (Sal. 102:2-4). El salmista se siente alejado de Dios y se compara con aves solitarias: “Soy semejante al pelícano del desierto, como el búho de las soledades. Velo, y soy como el pájaro solitario sobre el tejado” (Sal. 102:6, 7).

La mención del desierto enfatiza la sensación de aislamiento de Dios. Un pájaro “solitario sobre el tejado” está fuera de su nido, de su lugar de descanso. El salmista clama a Dios “de lo profundo”, como si se viera engullido por aguas caudalosas y se hundiera en un “profundo cieno” (Sal. 69:1-3; 130:1). Estas imágenes describen una situación opresiva de la que no se puede escapar, salvo mediante intervención divina.

Lee Salmos 10:12; 22:1; 27:9; y 39:12. ¿Cómo responde el salmista a la aparente ausencia de Dios?

Es notable que los salmistas decidan no callar ante el silencio de Dios. Los salmistas creen inquebrantablemente en la oración, porque la oración se dirige al Dios vivo y misericordioso. Dios sigue estando ahí, aun cuando parece ausente. Continúa siendo el mismo Dios que los escuchó en el pasado, y por eso confían en que los escucha ahora.

Las ocasiones de silencio de Dios hacen que los salmistas se autoexaminen y busquen a Dios, pero con confesión y peticiones humildes. Saben que Dios no callará para siempre. Los salmos demuestran que la comunicación con Dios debe continuar, independientemente de las circunstancias de la vida.

¿Qué podemos aprender de las respuestas de los salmistas a la aparente ausencia de Dios? ¿Cómo respondes tú a los momentos en que Dios parece guardar silencio? ¿Qué sostiene tu fe?