“Por la opresión del débil y por el gemido de los menesterosos, ‘ahora me levantaré –dice el Señor– y salvaré al que suspira’ ” (Sal. 12:5).
¿HASTA CUÁNDO JUZGAR ÁN INJUSTAMENTE?
El Señor dotó a los dirigentes de Israel de autoridad para preservar la justicia en Israel (Sal. 72:1-7, 12-14). Los reyes de Israel debían ejercer su autoridad según la voluntad de Dios. La prioridad fundamental de los dirigentes debía ser garantizar la paz y la justicia en la tierra, y atender a los marginados sociales. Solamente así prosperarían la tierra y todo el pueblo. El trono del rey se fortalece con la fidelidad a Dios, no con el poder humano.
Lee Salmo 82. ¿Qué ocurre cuando los dirigentes pervierten la justicia y oprimen al pueblo al que debe proteger?
En Salmo 82, Dios declara sus juicios sobre los jueces corruptos de Israel. Los “dioses” (Sal. 82:1, 6, RVR 1960) claramente no son ni dioses paganos ni ángeles, porque nunca se les encomendó impartir justicia al pueblo de Dios y, por lo tanto, no podrían ser juzgados por no cumplir con esto. Los cargos enumerados en Salmo 82:2 al 4 reflejan las leyes de la Torá, que identifican a los “dioses” como líderes de Israel (Deut. 1:16-18; 16:18-20; Juan 10:33-35). Dios les pregunta a los “hijos de los hombres” si juzgan con justicia, y se anuncia su castigo, porque se los halló injustos. Los dirigentes andan a tientas en medio de la oscuridad, sin conocimiento (Sal. 82:5), porque han abandonado la Ley de Dios, la luz (Sal. 119:105).
Las Escrituras sostienen invariablemente que el Señor es el único Dios. Dios comparte su gobierno del mundo con agentes humanos designados como sus representantes (Rom. 13:1). No obstante, cuántas veces estos representantes humanos, en la historia e incluso ahora, han pervertido la responsabilidad que se les ha dado.
Salmo 82 expone burlonamente la apostasía de algunos líderes que se creían “dioses” por encima de los demás. Aunque Dios dio la autoridad y el privilegio a los líderes israelitas, de que fueran llamados “hijos del Altísimo” y de representarlo, Dios reniega de los líderes perversos. Dios les recuerda que son mortales y que están sujetos a las mismas leyes morales que todos los demás. Nadie está por encima de la Ley de Dios (Sal. 82:6-8).
Dios juzgará al mundo entero; también el pueblo de Dios dará cuenta a Dios. Tanto los dirigentes como el pueblo deben emular el ejemplo del Juez divino y depositar en él su última esperanza.
¿Qué tipo de autoridad ejerces sobre los demás? ¿Hasta qué punto ejerces esa autoridad con justicia y equidad? Presta atención a esto.