“Enséñanos a contar nuestros días de modo que nuestro corazón adquiera sabiduría” (Sal. 90:12).

EN MI CORAZÓN HE GUARDADO TUS DICHOS

domingo 18 de febrero, 2024

Lee Salmo 119:1 al 16 y 161 al 168. ¿Cómo debemos guardar los mandamientos de Dios, y cuáles son las bendiciones que recibimos al guardarlos?

La Biblia describe una vida diaria de fe como un peregrinaje (“andar” o “caminar”) con Dios en su senda de justicia. Llevamos una vida de fe al andar “en la ley del Señor” (Sal. 119:1) y “a la luz de [s]u rostro” (Sal. 89:15). De ningún modo son dos caminos diferentes. Andar a la luz del rostro de Dios implica cumplir la Ley de Dios. Del mismo modo, caminar “en la ley del Señor” implica buscar a Dios con todo el corazón (Sal. 119:1, 2, 10).

Andar “por caminos perfectos” es otra forma en que los salmos describen la vida recta (Sal. 119:1). Conducirse “sin tacha” (DHH) describe un sacrificio “sin defecto”, que es aceptable a Dios (Éxo. 12:5). Del mismo modo, la vida del justo, que es un sacrificio vivo (Rom. 12:1), no debe estar manchada por el amor al pecado. Una vida dedicada a Dios es también un “camino perfecto”, lo que significa que la persona toma una dirección correcta en la vida, que agrada a Dios (Sal. 101:2, 6; ver también Sal. 18:32).

Guardar los mandamientos de Dios no tiene nada que ver con una observancia legalista de las normas divinas. Al contrario, consiste en un “buen entendimiento” de la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, y entre el bien y el mal (Sal. 111:10; ver también 1 Crón. 22:12), y abarca a toda la persona, no solamente las acciones externas. Ser “sin tacha”, guardar los mandamientos de Dios y buscar a Dios con todo el corazón son actitudes inseparables en la vida (Sal. 119:1, 2).

Los mandamientos de Dios son una revelación de la voluntad de Dios para el mundo. Nos instruyen sobre cómo llegar a ser sabios y a vivir en libertad y paz (Sal. 119:7-11, 133). El salmista se deleita en la Ley porque le asegura la fidelidad de Dios (Sal. 119:77, 174).

“Mucha paz gozan los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo” (Sal. 119:165). La imagen del tropiezo representa el fracaso moral. Como la lámpara para los pies del salmista (Sal. 119:105), la Palabra de Dios nos protege de las tentaciones (Sal. 119:110).

¿De qué manera demostró Cristo el poder de la Palabra de Dios en su vida (Mat. 4:1-11)? ¿Qué nos dice esto acerca del poder que proviene de un corazón dispuesto a obedecer la Ley de Dios?