“Enséñanos a contar nuestros días de modo que nuestro corazón adquiera sabiduría” (Sal. 90:12).
ENSÉÑANOS A CONTAR NUESTROS DÍAS
Lee Salmos 90; 102:11; y 103:14 al 16. ¿Cuál es el dilema humano?
La existencia humana caída no es más que vapor a la luz de la eternidad. Mil años a los ojos de Dios son “como una vigilia de la noche”, que dura tres o cuatro horas (Sal. 90:4). Comparada con el tiempo divino, una vida humana pasa volando (Sal. 90:10). Los más fuertes entre los seres humanos son análogos a las más débiles entre las plantas (Sal. 90:5, 6; 103:15, 16). Sin embargo, aun esa corta vida está llena de trabajo y dolor (Sal. 90:10). Incluso las personas seculares, que no creen en Dios, se lamentan de la brevedad de la vida, especialmente en contraste con la eternidad que saben que los amenaza con continuar sin ellos.
Salmo 90 sitúa el dilema humano en el contexto del cuidado de Dios por las personas como su Creador. El Señor ha sido la morada de su pueblo en todas las generaciones (Sal. 90:1, 2). La palabra hebrea maqom (‘habitación’) describe al Señor como el refugio de su pueblo (Sal. 91:9).
Dios refrena su justa ira y vuelve a extender su gracia. El salmista exclama: “¿Quién conoce el poder de tu ira?” (Sal. 90:11), dando a entender que nadie ha experimentado nunca el pleno efecto de la ira de Dios contra el pecado, por lo que hay esperanza de que la gente se arrepienta y adquiera sabiduría para vivir rectamente.
En la Biblia, la sabiduría no se refiere únicamente a la inteligencia, sino también a la reverencia a Dios. La sabiduría que necesitamos es saber “contar nuestros días” (Sal. 90:12). Si podemos contar nuestros días, significa que nuestros días son limitados, y que sabemos que son limitados. Vivir con sabiduría significa tener conciencia de la fugacidad de la vida, lo que lleva a la fe y a la obediencia. Esta sabiduría solo se obtiene mediante el arrepentimiento (Sal. 90:8, 12) y los dones de Dios del perdón, la compasión y la misericordia (Sal. 90:13, 14).
Nuestro problema fundamental no proviene del hecho de que hayamos sido creados como seres humanos, sino del pecado y de lo que este ha provocado en nuestro mundo. Sus efectos devastadores se verifican en todas partes y en cada persona.
Con todo, gracias a Jesús se nos ha abierto un camino para salir de nuestro dilema humano (Juan 1:29; 3:14-21). De lo contrario, no tendríamos ninguna esperanza.
No importa lo rápido que pase nuestra vida, ¿qué promesa tenemos en Jesús? (Ver Juan 3:16). ¿Qué esperanza tendríamos sin él?