“La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la piedra angular. Obra del Señor es esto, es una maravilla a nuestros ojos” (Sal. 118:22, 23).
EL MESÍAS SUFRIENTE
Lee Salmos 22 y 118:22. ¿Cómo trataron al Mesías aquellos a quienes él había venido a salvar?
Muchos salmos expresan los sentimientos agónicos de máximo desamparo del Mesías sufriente (por ejemplo, Sal. 42; 88; 102). Salmo 22 es una profecía mesiánica directa, porque muchos detalles de este salmo no se pueden relacionar históricamente con el rey David, sino que encajan perfectamente con las circunstancias de la muerte de Cristo. Jesús oró con las palabras de Salmo 22:1 en la cruz (Mat. 27:46).
El tormento de la separación de su Padre que sufrió Cristo, a causa de que el Salvador cargó con los pecados de todo el mundo, solo puede medirse por el alcance del estrecho vínculo que tenían; es decir, su unidad sin parangón (Juan 1:1, 2; 10:30). Sin embargo, ni siquiera las profundidades del sufrimiento inexplicable pudieron romper la unidad entre el Padre y el Hijo. En su total abandono, Cristo se encomienda incondicionalmente al Padre, a pesar de las profundidades de la desesperación a las que se enfrentaba.
“Sobre Cristo como Sustituto y Garante de nosotros fue puesta la iniquidad de todos nosotros. Fue contado por transgresor, para que pudiese redimirnos de la condenación de la Ley. La culpabilidad de cada descendiente de Adán abrumó su corazón. La ira de Dios contra el pecado, la terrible manifestación de su desagrado por causa de la iniquidad, llenó de consternación el alma de su Hijo” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 701).
Las imágenes amenazantes de toros fuertes, leones rugientes y perros resaltan la crueldad y la animosidad que soportó Cristo (a quien se compara con un gusano inofensivo e indefenso) en sus horas finales a manos del pueblo. Con asombrosa exactitud, Salmo 22 transmite los comentarios venenosos de la multitud que se burló de las palabras que Jesús mismo había elevado al Padre (Sal. 22:1, 8; Mat. 27:43) y de los soldados, que se repartieron las vestiduras de Jesús (Sal. 22:18; Mat. 27:35). Poco comprendía entonces el pueblo que el “gusano” que pretendían aplastar se convertiría en la principal “piedra angular” del Templo, para proteger sus cimientos (Sal. 118:22).
Sin embargo, el Mesías rechazado se convirtió en la fuente de la salvación para el pueblo de Dios tras su resurrección de entre los muertos (Mat. 21:42; Hech. 4:10-12). Cristo sufrió el rechazo de la humanidad, pero Dios glorificó a su Hijo al convertirlo en la “piedra angular” viva del Templo espiritual de Dios (Efe. 2:20-22; 1 Ped. 2:4-8). Para quienes rechacen esta Piedra, es decir, al medio de salvación de Dios, esta se convertirá en el agente del Juicio (Isa. 8:14; Mat. 21:44).
Jesús, en la Cruz, pagó en sí mismo la pena por cada pecado que tú hayas cometido. ¿Cómo debería influir sobre tu vida actual el hecho de que él sufriera en tu nombre? Es decir, ¿por qué el pecado te debería parecer tan aborrecible?