“La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la piedra angular. Obra del Señor es esto, es una maravilla a nuestros ojos” (Sal. 118:22, 23).
SIEMPRE FIEL A SU PACTO
Lee Salmos 89:27 al 32 y 38 al 46; y 132:10 al 12. ¿En qué consiste el pacto davídico? Al parecer, ¿qué fue lo que lo puso en peligro?
El pacto davídico contiene la promesa de Dios de sostener eternamente el linaje de David y la prosperidad del pueblo de Dios (1 Sam. 7:5-16; Sal. 89:1-4, 19-37; 132:12-18). La permanencia del pacto se afianzaba sobre el solemne juramento de Dios y la fidelidad del rey a Dios. Sin embargo, incluso los reyes devotos, como el rey David, no siempre fueron fieles al Señor. Salmo 89 se lamenta por la dura realidad que parece indicar que las gloriosas promesas del pacto davídico se han perdido. ¿Abandonó Dios irremediablemente a Israel? La respuesta, por supuesto, es ¡NO!
Sí, la ira de Dios es una expresión del juicio divino (Sal. 38:1; 74:1). No obstante, no dura para siempre, porque el amor eterno de Dios perdona los pecados de las personas cuando estas se arrepienten. Pero, mientras dura, el descontento de Dios con su pueblo descarriado es grave. El pueblo siente las amargas consecuencias de su desobediencia y se da cuenta de la gravedad de sus pecados (Sal. 89:38-46). Con todo, pregunta: “¿Hasta cuándo?”, apelando al carácter pasajero de la ira de Dios (Sal. 89:46). La esperanza renovada surge de una nueva seguridad en la fidelidad de Dios para “recordar” su gracia (Sal. 89:47, 50).
En resumen, aunque el componente humano del pacto fracasara, el pueblo podía descansar en la promesa de los propósitos inmutables de Dios mediante el Mesías, que encarna toda la justicia y la salvación de Israel y del mundo entero. Es decir, al final, Dios prevalecerá y su Reino eterno se establecerá para siempre, pero únicamente gracias a Jesús, y no al pueblo de Dios.
Jesucristo es el Hijo de David y es el Mesías (Mat. 1:1; Heb. 1:8). Se lo llama “el primogénito (el principal) de toda creación” (Col. 1:15), en alusión a Salmo 89:27, que llama a David, quien era el tipo de Cristo, el primogénito de Dios. “Yo también lo pondré por primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra”.
Es evidente que el título “primogénito” no expresa la condición biológica de David, porque David era el octavo hijo de sus padres (1 Sam. 16:10, 11). Lo mismo sucede con Jesús. Este título significa su honor y su autoridad especiales (Col. 1:16, 20-22). Dios hizo de Jesús el Rey supremo sobre todo el mundo cuando lo resucitó de entre los muertos (Hech. 2:30, 31).
Lee Colosenses 1:16 y 20 al 22. ¿Qué nos enseñan estos versículos acerca de quién es Jesús y qué hizo por nosotros? ¿Qué promesa puedes extraer de esto para ti?