“Lo que hemos oído y entendido, que nuestros padres nos contaron. No las ocultaremos a sus hijos, contaremos a la generación venidera las alabanzas del Señor, su fortaleza y las maravillas que hizo” (Sal. 78:3, 4).
LA SUPREMACÍA DEL SEÑOR EN LA HISTORIA
LA SUPREMACÍA DEL SEÑOR EN LA HISTORIA
Lee Salmo 135. ¿Qué acontecimientos históricos se destacan en este salmo? ¿Qué lecciones extrae de ellos el salmista?
Salmo 135 convoca al pueblo de Dios a alabar al Señor por su bondad y su fidelidad demostradas en la Creación (Sal. 135:6, 7), en la historia de la salvación de Israel en la época del Éxodo (Sal. 135:8, 9) y en la conquista de la Tierra Prometida (Sal. 135:10-12).
El Señor demostró su gracia al elegir al pueblo de Israel como su tesoro especial (Sal. 135:4, NTV). El término “tesoro especial” se refiere a la peculiar relación de pacto entre el Señor y su pueblo (Deut. 7:6-11; 1 Ped. 2:9, 10). La elección de Israel se basó en la voluntad soberana del Señor y, por lo tanto, Israel no tiene motivos para sentirse superior a los demás pueblos. Salmo 135:6 y 7 demuestra que los propósitos soberanos del Señor para el mundo no comenzaron con Israel, sino con la Creación. Por lo tanto, Israel debe cumplir humildemente el papel que le ha sido asignado en los propósitos salvíficos de Dios para el mundo entero.
El relato de los grandes hechos de Dios en favor de su pueblo (Sal. 135:8-13) culmina con la promesa de que Dios lo “vindicará” y tendrá compasión de él (Sal. 135:14). Se refiere aquí a la vindicación por parte de Dios de los oprimidos y los desposeídos (Sal. 9:4; 7:8; 54:1; Dan. 7:22). La promesa es que el Señor sostendrá la causa de su pueblo y lo defenderá (Deut. 32:36). Así, Salmo 135 busca inspirar al pueblo de Dios para que confíe en el Señor y permanezca fiel al pacto con él.
La fidelidad del Señor para con su pueblo lleva al salmista a afirmar la insignificancia de los ídolos y la supremacía única del Señor en el mundo (Sal. 135:15-18). La dependencia de los ídolos hace que sus adoradores sean tan desesperanzados e impotentes como aquellos (Sal. 135:18). El salmo demuestra que Dios debe ser alabado como Creador y Salvador de su pueblo. Esto se transmite de manera maravillosa en las dos versiones complementarias del cuarto Mandamiento del Decálogo (Éxo. 20:8-11; Deut. 5:12-15). Dado que el poder de Dios en la Creación y en la historia no tiene parangón en el mundo, el pueblo de Dios debe confiar siempre en él y adorarlo únicamente a él. Como nuestro Creador y Redentor, solo a él debemos adorar. En consecuencia, adorar cualquier otra cosa, o a cualquier otra persona, es idolatría.
¿Cómo podemos asegurarnos de no tener “ídolos” en nuestra vida? ¿Por qué la idolatría es más fácil de lo que pensamos?