“Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: ‘Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación’ ” (Apoc. 5:9, RVR 1960).

¿SACRIFICIOS INÚTILES?

domingo 4 de mayo, 2025

Contrastar dos ideas puede resultar muy instructivo. Por ejemplo, se puede aprender mucho acerca de la perspectiva bíblica del sacrificio a la luz del rechazo que Dios hizo de los sacrificios que su pueblo le ofrecía.

Compara Isaías 1:2 al 15 con Isaías 56:6 y 7, y Salmos 51:17. ¿Qué lecciones importantes enseñan estos textos acerca del sacrificio?

Este trágico episodio de la historia de Israel no fue la primera ocasión en que Dios rechazó un sacrificio. Algo similar ocurrió cerca del comienzo de la historia de la salvación, cuando el sacrificio de Abel fue aprobado y aceptado por Dios a diferencia del de Caín. Ese temprano episodio representa otra oportunidad de observar el contraste existente entre los sacrificios aceptables y los inaceptables (ver Gén. 4:3-7; Heb. 11:4).

En la época de Isaías, Israel cumplía con sus obligaciones y tildaba mentalmente las casillas de los deberes religiosos en un poco esforzado y vano intento de apaciguar a Dios mientras que vivía a su antojo. Sus sacrificios estaban, como los de Caín, anclados en el yo, no en una actitud de entrega y sumisión a Dios.

Ese es el mismo espíritu de autosuficiencia que anima a los reinos de este mundo. Caín vivía a su antojo mientras ofrecía a Dios un ritual de formas realizado en sus propios términos. Es de suponer que consideraba a Dios como un inconveniente, un obstáculo para seguir su propio camino, pero lo temía lo suficiente como para cumplir con sus obligaciones.

Por el contrario, Abel ofreció un cordero, el sacrificio que Dios había pedido, el que representaba la promesa que Dios había hecho de un Mesías venidero (Gén. 3:15) y señalaba hacia el acto salvador de Cristo en el Calvario.

“Abel se aferró a los grandes principios de la Redención. Se veía pecador, y vio que el pecado y su pena de muerte se interponían entre su alma y la comunión con Dios. Trajo la víctima inmolada, la vida sacrificada, y así reconoció las demandas de la ley que había sido transgredida. En la sangre derramada contempló el sacrificio futuro, a Cristo muriendo en la cruz del Calvario; y al confiar en la expiación que iba a realizarse allí, obtuvo testimonio de que era justo, y de que su ofrenda era aceptada” (Elena de White, Patriarcas y profetas, pp. 59, 60).

¡Cuán crucial es que evitemos simplemente “cumplir con las formalidades”! ¿Cómo podemos experimentar lo que significa depender totalmente de la muerte de Jesús como nuestra única esperanza de salvación?