“Después oí la voz del Señor, que dijo: ‘¿A quién enviaré? ¿Quién irá de nuestra parte?’ Entonces respondí: ‘Aquí estoy, envíame a mí’ ” (Isa. 6:8).
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Lee el capítulo titulado “El fin del Conflicto”, en el libro El conflicto de los siglos (pp. 720-737), de Elena de White.
Satanás, quien fue una vez un querubín protector, trató de destruir la confianza en el Trono de Dios. Dios ha permitido que los ángeles caídos continúen en su rebelión para mostrar al universo las profundidades de la maldad resultante de la autoexaltación. Y, aunque Satanás logró engañar a la humanidad para que se le uniera en su guerra contra Dios, Cristo lo derrotó completamente en la Cruz, asegurando un lugar para la humanidad donde una vez estuvieron los ángeles que cayeron. Los pecadores que están en Cristo se vuelven públicamente contra las pretensiones de Lucifer. El escenario final es, en cierto modo, una revelación aún mayor de la bondad y el amor de Dios que la que existía antes de la caída de Lucifer. Aunque Dios nunca quiso que existiera el mal y este es una tragedia de consecuencias eternas, cuando todo haya terminado, la bondad y el amor de Dios se revelarán como no lo habrían hecho si no hubiera surgido el mal.
Cristo “echa una mirada hacia los redimidos, transformados a su propia imagen, y cuyos corazones llevan el sello perfecto de lo divino y cuyos rostros reflejan la semejanza de su Rey. Contempla en ellos el resultado de las angustias de su alma, y está satisfecho. Luego, con voz que llega hasta las multitudes reunidas de los justos y de los impíos, exclama: ‘¡Contemplen el rescate de mi sangre! Por estos sufrí, por estos morí, para que pudiesen permanecer en mi presencia a través de las edades eternas’. Y, de los revestidos con túnicas blancas en torno del Trono asciende el canto de alabanza: ‘El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza!’ (Apoc. 5:12, RVR 1960)” (Elena de White, El conflicto de los siglos, pp. 729, 730).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
- ¡Imagina lo que significaría estar ante Dios con cada error cometido, cada defecto de carácter, cada acto indebido, cada pensamiento incorrecto, cada motivo inaceptable totalmente expuesto ante él! ¿Qué merecerías justa y legítimamente? ¿Cuál es entonces tu única esperanza? ¿Por qué debemos tener “la justicia de Dios, por medio de Jesucristo, por la fe, para todos los que creen en él” (Rom. 3:22) cubriéndonos ahora y en el Juicio, cuando más la necesitamos? En resumen, ¿por qué necesitamos el evangelio?
- Juan el Bautista, como hemos visto, desempeñó el papel de un serafín: una lámpara ardiente y brillante (ver Juan 5:35). Fue, por supuesto, el precursor de Cristo, y quien anunció la primera aparición del Mesías. ¿De qué manera el pueblo de Dios de los últimos días desempeña un papel profético similar?