“Los israelitas, gimiendo a causa de la servidumbre, clamaron, y su clamor subió hasta Dios con motivo de su servidumbre. Dios oyó su gemido, y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los israelitas y reconoció su condición” (Éxo. 2:23-25).

EL NACIMIENTO DE MOISÉS

miércoles 2 de julio, 2025

Lee Éxodo 2:1 al 10. ¿Qué papel desempeñaron la providencia y la protección de Dios en la historia del nacimiento de Moisés?

El trasfondo histórico del nacimiento y la vida de Moisés es apasionante porque él vivió durante la época de la célebre decimoctava dinastía egipcia. Uno de los reyes de esta dinastía, Tutmosis III, llamado el “Napoleón de Egipto”, es considerado uno de los faraones más famosos del antiguo Egipto.

Aunque fue condenado a muerte al nacer (ver Éxo. 1:22), Moisés nació como un hijo especial (hebreo tob, literalmente “bueno”; Éxo. 2:2). El término hebreo tob describe algo más que la belleza externa. Esta palabra se utiliza, por ejemplo, para caracterizar la obra de Dios durante la semana de la Creación, cuando declaró que todo era “muy bueno” (Gén. 1:4, 10, 31).

Como nueva creación, este niño “bueno” llegaría a ser, en armonía con el plan de Dios, el adulto que libertaría a los hebreos de su esclavitud. ¿Quién habría imaginado cuando nació, especialmente en circunstancias tan terribles, el futuro de este niño? Sin embargo, Dios cumpliría las promesas que hizo a Abraham, Isaac y Jacob de otorgar la Tierra Prometida a sus descendientes (Éxo. 2:24, 25), para lo cual utilizaría a este bebé tob décadas más tarde.

La princesa egipcia Hatshepsut adoptó a Moisés como hijo. El nombre dado a Moisés es de origen egipcio y significa “hijo de” o “nacido de”, como se refleja en los nombres Amosis (“hijo de Aj”) o Tutmosis (“hijo de Tut”). En hebreo su nombre significa “sacado”, ya que fue milagrosamente salvado cuando fue “sacado” del río.

Es poco lo que sabemos acerca de sus primeros años de vida. Tras ser salvado milagrosamente y adoptado por Hatshepsut, Moisés vivió sus primeros doce años con su familia original (Éxo. 2:7-9; Elena de White, Patriarcas y profetas, p. 251) y recibió la mejor educación egipcia con el fin de prepararlo para ser el próximo faraón de Egipto (Patriarcas y profetas, p. 245). Gran parte de esa educación resultó inútil e incluso contraria a lo que realmente importaba: el conocimiento de Dios y de su verdad.

¿Cuánto de lo que estás aprendiendo es en última instancia inútil para lo que realmente importa?