“Y tal como el Señor lo había dicho por medio de Moisés, el corazón de Faraón se endureció y no dejó ir a los israelitas” (Éxo. 9:35).
LAS TRES PRIMERAS PLAGAS
Las diez plagas de Egipto no iban dirigidas contra el pueblo egipcio, sino contra sus dioses. Cada plaga golpeaba al menos a uno de ellos.
Lee Éxodo 7:14 a 8:19. ¿Qué ocurrió al desencadenarse estas plagas?
Dios indicó a Moisés que el diálogo con el faraón sería difícil y casi imposible (Éxo. 7:14). Sin embargo, el Señor quería revelarse al faraón y a los egipcios. Por lo tanto, decidió comunicarse con ellos de una manera que pudieran entender. Además, los hebreos se beneficiarían de esta confrontación porque aprenderían más acerca de su Dios.
La primera plaga iba dirigida contra Hapi, el dios del Nilo (Éxo. 7:17-25). La vida en Egipto dependía totalmente del agua de ese río. Donde había agua, había vida. El agua era la fuente de la vida, así que inventaron un dios, Hapi, y lo adoraron como proveedor de vida.
Por supuesto, solo el Dios vivo es la Fuente de la vida, el Creador de todo, incluidos el agua y los alimentos (Gén. 1:1, 2, 20-22; Sal. 104:27, 28; 136:25; Juan 11:25; 14:6). Transformar el agua en sangre simboliza transformar la vida en muerte. Hapi no era capaz de proporcionar y proteger la vida. Esto solamente es posible mediante el poder del Señor.
Dios dio entonces otra oportunidad al faraón. El Señor se enfrentó esta vez directamente a Heket, la diosa de las ranas (Éxo. 8:1-15). En lugar de vida, el Nilo produjo ranas, que los egipcios temían y detestaban. Quisieron deshacerse de ellas. El momento preciso en que esta plaga fue eliminada demostró que el poder de Dios también estaba detrás de ella.
La tercera plaga es la más brevemente descrita (Éxo. 8:16-19). No es posible saber con certeza qué tipo de insectos (heb. kinnim) intervinieron. Pudieron ser mosquitos, garrapatas o piojos. La plaga estaba dirigida contra Geb, el dios egipcio de la tierra. Del polvo de ella (ecos de la historia bíblica de la Creación), Dios hizo salir los insectos que se extendieron por doquier. Incapaces de duplicar este milagro (solo Dios puede crear vida), los magos declararon: “Dedo de Dios es este” (Éxo. 8:19). Sin embargo, el faraón se negó a ceder.
Piensa en cuán duro era el corazón del faraón. El rechazo repetido de las indicaciones de Dios no hizo más que empeorar su condición. ¿Qué lecciones hay aquí para cada uno de nosotros acerca del rechazo constante de las exhortaciones del Señor?