“Y tal como el Señor lo había dicho por medio de Moisés, el corazón de Faraón se endureció y no dejó ir a los israelitas” (Éxo. 9:35).

PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:

viernes 25 de julio, 2025

Lee el capítulo titulado “Las plagas de Egipto” en el libro Patriarcas y profetas, de Elena de White, pp. 269-278.

“[Dios] permitió que su pueblo experimentara la terrible crueldad de los egipcios para que no fueran engañados por la degradante influencia de la idolatría. En su trato con el faraón, el Señor mostró su odio por la idolatría, y su firme decisión de castigar la crueldad y la opresión. [...]

Dios había declarado tocante a Faraón: ‘Pero yo endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo’ (Éxo. 4:21). No fue ejercido un poder sobrenatural para endurecer el corazón del rey. Dios dio a Faraón las evidencias más notables del poder divino; pero el monarca rehusó obstinadamente aceptar la luz. Toda manifestación de poder infinito que él rechazaba lo empecinaba más en su rebelión. Las semillas de rebelión que el rey sembró cuando rechazó el primer milagro, produjeron su cosecha” (Elena de White, Patriarcas y profetas, p. 273).

“El Sol y la Luna eran para los egipcios objetos de adoración; en esas tinieblas misteriosas, tanto la gente como sus dioses fueron heridos por el poder que había patrocinado la causa de los siervos. Sin embargo, por espantoso que fuera, este castigo evidenciaba la compasión de Dios y su falta de voluntad para destruir. Estaba dando a la gente tiempo para reflexionar y arrepentirse antes de enviarles la última y más terrible de las plagas” (Patriarcas y profetas, p. 278).

PREGUNTAS PARA DIALOGAR:

  1. Reflexiona acerca de por qué el faraón se endureció tanto contra la opción obviamente correcta; a saber, ¡dejar ir al pueblo! ¿Cómo puede alguien engañarse tanto a sí mismo? ¿Qué advertencia representa esto para nosotros acerca del peligro de obstinarnos en el pecado al punto de tomar decisiones desastrosas aunque el camino correcto esté ante nosotros todo el tiempo? ¿Qué otros personajes bíblicos cometieron el mismo error? Piensa, por ejemplo, en Judas.
  2. En un momento dado, en medio de la devastación que el faraón había acarreado a su propia tierra y a su pueblo, declaró: “He pecado esta vez. El Señor es justo, y yo y mi pueblo impíos” (Éxo. 9:27). Aunque esa era una maravillosa confesión de pecado, ¿cómo sabemos que no era sincera?