“Y tal como el Señor lo había dicho por medio de Moisés, el corazón de Faraón se endureció y no dejó ir a los israelitas” (Éxo. 9:35).
GRANIZO, LANGOSTAS Y OSCURIDAD
Lee Éxodo 9:13 a 10:29. ¿Hasta qué punto consiguen estas plagas que el faraón cambie de opinión?
Nut era la diosa egipcia del Cielo, y a menudo se la representaba controlando lo que ocurría bajo el Cielo y en la Tierra. Osiris era el dios de las cosechas y la fertilidad. En la Biblia, el granizo se asocia a menudo con el juicio de Dios (Isa. 28:2, 17; Eze. 13:11-13). Durante esta plaga, quienes resguardaran sus bienes en un lugar seguro estarían protegidos (Éxo. 9:20, 21). Todos son ahora puestos a prueba: ¿creerán a Dios y actuarán en consecuencia o no?
Dios anuncia que su propósito al dejar vivir al faraón es que toda la tierra conozca al Señor (Éxo. 9:16). El rey de Egipto confiesa ahora que ha pecado, pero más tarde cambia de opinión.
El dios egipcio de la tormenta, la guerra y el desorden se llamaba Seth. Tanto él como Isis eran además considerados deidades de la agricultura. Shu era el dios de la atmósfera. Serapis personificaba la majestad divina, la fertilidad, la curación y la vida después de la muerte. Ninguno de los dioses egipcios podía detener los juicios de Dios (Éxo. 10:4-20) porque los ídolos no son nada (Isa. 44:9, 10, 12-17).
Los siervos del faraón lo instaron a que dejara marchar a Israel, pero él volvió a negarse. Hizo un ofrecimiento que Moisés rechazó con razón, pues las mujeres y los niños son una parte vital e inseparable del culto y de la comunidad de fe.
Por último, Ra era la principal deidad egipcia, el dios del Sol, mientras que Tut era un dios lunar. Sin embargo, ninguno de ellos era capaz de proveer luz. El faraón intenta nuevamente negociar, aunque sin éxito. Un período de tres días de oscuridad asoló Egipto, pero había luz donde vivían los israelitas. La separación no podía ser más espectacular.
Sin embargo, a pesar de la disciplina divina recibida por la nación, el faraón estaba decidido a luchar y a no cejar en su empeño. Aunque no conocemos sus motivos más profundos, su actitud pudo haberse tornado en cierto punto una cuestión de mero orgullo. No importaba cuán poderosa fuera la evidencia ni cuán obvio resultara lo que estaba sucediendo. Incluso sus propios sirvientes declararon: “¿Hasta cuándo este hombre nos ha de ser un lazo? Deja ir a esos hombres, para que sirvan al Señor su Dios. ¿No sabes aún que Egipto está destruido?” (Éxo. 10:7). Tampoco importaba que la opción correcta estuviera justo delante de él. Tras vacilar un poco, el faraón seguía negándose a rendirse a la voluntad de Dios y a dejar ir al pueblo.
Cuán dramático ejemplo de las palabras: “La soberbia precede a la ruina, y la altivez de espíritu a la caída” (Prov. 16:18).