"Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe" (1 Corintios 13:1).

EL AMOR CONQUISTA TODO

jueves 15 de septiembre, 2011

Es muy fácil, desde nuestra perspectiva hoy, mirar hacia atrás, a la iglesia primitiva, como una especie de modelo de armonía y paz, un ejemplo de lo que trataba la verdadera adoración. Desgraciadamente, la historia del Nuevo Testamento es muy similar a la del Antiguo Testamento: ambas muestran cuán lejos hemos caído.

Toma, por ejemplo, la iglesia de Corinto, que Pablo estableció en su segundo viaje misionero. Era un centro comercial, conocido por su lujo y su riqueza; pero Corinto era también uno de los centros de religiones sensuales y degradantes de la época. La influencia de esta cultura, la inmoralidad y la disensión habían invadido la iglesia. Y, aunque esto era malo, no era el único problema que tenían. Pablo menciona otros problemas que estaban dividiendo a la iglesia (Hechos 8-11): la idolatría (1 Corintios 10:14) y, al parecer, un énfasis exagerado en los dones, especialmente el mal uso del don de lenguas por motivos de satisfacción propia (1 Corintios 14).

En medio de su discurso a los corintios, con todos sus problemas, Pablo les presenta el famoso capítulo de 1 Corintios 13. ¿Cuál es el mensaje esencial allí? Pero, más importante, ¿cómo podemos aplicar esto hoy a nuestras vidas y a la adoración?

Pablo sugirió que ninguna profesión que hagamos, ningún milagro poderoso, ningún don carismático, ninguna piedad o celo, nos beneficiarán a menos que el corazón esté lleno de amor a Dios, confirmado por el amor de los unos a los otros. Esto, dice Pablo, es el don máximo que deberíamos buscar, que no puede ser sustituido por nada menor.

Los dones espirituales son útiles. Los cristianos deberían usar sus dones para honrar a Dios y edificar a la iglesia en unidad. Pero ningún don nunca debe ser usado para exhibición del yo, para la ganancia personal o para realizar actos desordenados en la adoración.

Una iglesia llena de cristianos amantes y consagrados ejercerá una influencia que se extenderá mucho más allá de los cultos de adoración semanales.

¿Cuánto de tu propio tiempo y energía empleas en procurar ministrar a otros? ¿A cuánto de tu yo estás dispuesto a renunciar para el bien de otras personas? No es tan fácil, ¿verdad?