“El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza” (Apocalipsis 5:12)

EL CLAMOR EN LA CRUZ

jueves 19 de enero, 2012

El sentimentalismo que a veces pasa por cristianismo en nuestros días (en un intento de que el evangelio se conforme al pensamiento moderno) impide captar la expiación de Cristo. Pero debemos reconocer que aquello que digamos de Dios no puede hacer justicia a Dios, especialmente en el tema de la expiación. Debemos evitar la tentación de reducir la muerte de Jesús a solo “un ejemplo de amor abnegado”. Claro que lo fue pero, como pecadores, se necesitaba más que eso para redimirnos. Dios tenía que cargar sobre sí mismo el peso total de su ira contra el pecado.

En la cruz, Jesús clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mat. 27:46). ¿Cómo debemos entender esto? ¿Qué decía Jesús, por qué, y cómo este grito nos ayuda a comprender lo que costó salvarnos del pecado?

“El Señor de gloria estaba muriendo en rescate por la familia humana. [...] Sobre Cristo, como sustituto y garante nuestro, fue puesta la iniquidad de todos nosotros. Fue contado por transgresor, a fin de que pudiese redimirnos de la condenación de la ley. [...] El Salvador no podía ver a través de los portales de la tumba. [...] Temía que el pecado fuese tan ofensivo para Dios que su separación resultase eterna. [...] El sentido del pecado, que atraía la ira del Padre sobre él como sustituto del hombre, fue lo que hizo tan amarga la copa que bebía el Hijo de Dios y quebró su corazón” (DTG 700, 701).

Jesús dirigió esta oración a “Dios” en lugar de al “Padre”. Los clamores de Cristo desde la cruz no eran para hacer ver por lo que atravesaba y demostrar que él nos amaba. Este es Dios mismo muriendo la muerte que el pecado traería sobre nosotros de no ser así.

Tres de los evangelios registran que Jesús clamó en alta voz desde la cruz mientras moría. Estos fuertes gritos se mencionan en Hebreos: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte” (Heb. 5:7). No hay afirmación, en todos los evangelios, que rivalice con este grito de desamparo de Jesús en la cruz; y, en ese clamor, obtenemos una vislumbre de lo que Dios mismo estuvo dispuesto a pasar a fin de darnos la salvación.