“Esto os escribo, aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte, para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:14, 15).

LA UNIDAD DE LA IGLESIA

miércoles 21 de noviembre, 2012

La iglesia, es decir, los “llamados” por Dios, el “pueblo de Dios”, el “cuerpo de Cristo” y el “templo del Espíritu Santo”, está capacitada para el servicio o la misión. La unidad es esencial para que la iglesia pueda cumplir con éxito su misión. El problema de la unidad estaba en el pensamiento de Cristo hacia el fin de su vida en la tierra (Juan 17:21, 22).

Jesús oró por la unidad de la iglesia (Juan 17:21, 22) y Pablo exhortó a los creyentes acerca de ella (Romanos 15:5, 6). ¿De qué manera hemos de entender la unidad tal como está expresada en estos textos? ¿Qué significa esta unidad?

La unidad por la que Cristo oró y sobre la cual Pablo exhortó a los creyentes involucraba unión de sentimientos, pensamientos, acciones, y mucho más. No se logra por medio de “ingeniería” social, administración diplomática, o subterfugios políticos. Es un don otorgado por Cristo a los creyentes (Juan 17:22, 23) y mantenido por el poder de Dios el Padre (Juan 17:11).

Lee 1 Corintios 1:10 y 2 Corintios 13:11. ¿Cómo hemos de lograr lo que Pablo pedía aquí?

Todos somos diferentes y tenemos distintos conceptos, que a veces pueden hacer difícil la unidad. Aunque las presiones y las tensiones son inevitables en todos los niveles de la iglesia, necesitamos mantener una actitud de humildad y negación propia, y un deseo de un bien que es mayor que nosotros mismos. Muchas divisiones surgen por causa del egoísmo, del orgullo y de un deseo de exaltarse a uno mismo y sus conceptos propios por sobre otros. Ninguno de nosotros sabe todo lo que es correcto, ni comprende perfectamente todas las cosas. Cualesquiera que sean las diferencias que surjan, si tomáramos cada día nuestras cruces, muriéramos diariamente al yo y buscáramos no solo nuestro propio bien sino también el de los otros y de la iglesia, muchos de los problemas con los cuales luchamos y que estorban la obra desaparecerían.

En resumen, la unidad comienza con cada uno de nosotros, como seguidores de Cristo, no solo de nombre sino en una vida de verdadero sacrificio propio, dedicada a una causa y a un bien mayor que nuestras personas.